Me escribió desde Oslo, tan lejos de Villa Celina que parece otro planeta. Gusti, me escribió sobre la muerte de Miguel Russo… Llegó a San Lorenzo cuando nadie quería venir, sembró donde otros veían sequía. (...) Perdonó cuentas, cerró heridas, y partió sin quilombos. Descanse en paz, Don Miguel, hombre de cosechas limpias y final en calma.
Gusti, el amigo de Madera, el que en los ochenta fue jefe de la barra de San Lorenzo, me habla con la misma voz de tablón gastado. Me dice que allá todo le va bien, mejor dicho, muy bien: el bolsillo lleno, la vida ordenada, los días largos de Noruega. Pero que aun así está al tanto de todo: los quilombos de siempre en la Argentina, la inflación que muerde, la inseguridad, la falta de laburo y sobre todo, el mal momento de San Lorenzo.
Yo le respondí que acá las cosas están bravas, que ni con dos laburos alcanza para enderezar la semana. Y le pregunté algo que siempre quise preguntarle: “Che Gusti, decime vos que vivís allá: ¿qué es el exilio, mi hermano?”
Entonces
me escribió la definición más triste y más hermosa que escuché:
“El exilio Raly, es no poder explicar a un noruego que tu club no tiene presidente, que está acéfalo, que al presidente lo filmaron choreándose veinte mil dólares y nadie sabe cuánto más robó. El exilio es que los pibes de la primera igual salgan a la cancha y a veces ganen, como si fueran huérfanos con la camiseta por apellido. El exilio es no poder ir al Bajo Flores, no abrazar la popular, no gritar los goles en el gasómetro. Eso, hermano, es el exilio.”
Y me quedé en silencio, porque entendí que su distancia era otra forma de estar preso: no por barrotes, sino por kilómetros; no por cadenas, sino por la nostalgia. Lo último que me pidió el Gusti fue que le pasara este audio a su hijo, ese pibe que no falta nunca a la cancha para ver a San Lorenzo:
—Hace rato que no me responde los mensajes. Haceme la gauchada, hermano: pasale esto que escribí.
Ahí entendí que no hay plata ni confort que emparde el dolor
cuando un vínculo con lo que más querés se quiebra. Dicen que la hinchada de
San Lorenzo es la más creativa, la más fiel, y quizá sea porque fue también la
que más sufrió. Porque de tanto aguantar se aprendió a cantar más fuerte, y de
tanto perder se entendió que la única victoria verdadera es no soltar nunca lo
que uno ama.