30 de septiembre de 2025

UN PLANETA LEJOS DE CELINA

 




Me escribió desde Oslo, tan lejos de Villa Celina que parece otro planeta. Gusti, el amigo de «Madera», el que en los ochenta fue jefe de la barra de San Lorenzo, me habla con la misma voz de tablón gastado.

Me dice que allá todo le va bien, mejor dicho, muy bien: el bolsillo lleno, la vida ordenada, los días largos de Noruega. Pero que aun así está al tanto de todo: los quilombos de siempre en la Argentina, la inflación que muerde, la inseguridad que se pasea sin dueño, la falta de laburo que arrasa como viento frío. Y sobre todo, el mal momento de San Lorenzo, porque el corazón no entiende de geografías.

Yo le respondí que acá las cosas están bravas, que ni con dos laburos alcanza para enderezar la semana. Y le pregunté: “Che Gusti, decime vos que vivís allá, ¿qué es el exilio?”

Entonces me escribió la definición más triste y más hermosa que escuché:

“El exilio es no poder explicar a un noruego que tu club no tiene presidente, que está acéfalo, que al presidente lo filmaron choreándose veinte mil dólares y nadie sabe cuánto más robó.

El exilio es que los pibes de la primera igual salgan a la cancha y ganen, como si fueran huérfanos con la camiseta por apellido.

El exilio es no poder ir al estadio, no abrazar la popular, no gritar los goles en el gasómetro.

Eso, hermano, es el exilio.”

Y quedé en silencio, porque entendí que su distancia era otra manera de estar preso:

no por barrotes, sino por kilómetros;

no por cadenas, sino por la nostalgia.




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