15 de noviembre de 2020

PARIENTE POBRE DE LA DUDA

 



CAPITULO X


CAPITULO X

 

— ¡Ostia! ¿No te das cuenta? Una mujer no permanece más de una hora con un tío sino le gusta...

 

— ...

 

— Y tú me gustas — me cantó la madrileña, con la firmeza de un quebracho.

 

 

La última semana de Amparo en Buenos Aires trajo consigo una realidad irrebatible. La ausencia de Vera ya no dolía. Su recuerdo se fundía al compás de la cocción de un tostado de jamón y queso. Durante años, el fuego en el corazón sólo mandó humo a la cabeza.

La estampa acometedora de una hispana perceptiva y plácida caló en mis madrugadas. Sus ojos de extraño magnetismo aportaron matices repentinos al bastidor en blanco de mis días. Vera se disipó como el doblez del grafito sobre un soporte húmedo. Su estampa omnipresente pasó de ser una pincelada ágil a un jaspeado sobre muros pelados. Olvidé a Vera con la dulzura de un rocío leve cayendo en la tiniebla.

Orillé la idea de ahorrar en explicaciones. Sin embargo, consideré que debía decirle la verdad a Gustavo. Lo llamé y mi colega creyó que había precipitado otro escandalo en la redacción. Me pidió que vaya hasta su casa para referirle todos los detalles.

 

En el departamento de Boedo regía la pulcritud. Elsa limpiaba dos veces por semana. Ella trabajó varios años en el diario hasta que Omar la despidió. Pronto advertí que su gato Silvio no estaba en su cobijo. Gustavo apesadumbrado me explicó que había muerto por una especie de alteración genética que le provocó un exceso de líquido en el cerebro.

Hablé sin preámbulos. Le conté que hice lo imposible por expulsar a Vera de mis espejismos y lo mucho que me costó sobrellevar la ferocidad de su mutismo. Para alguien como yo, con la autoestima a upa, el silencio fue una estocada letal.

Sin escala, fui directo a mi presente, a las salidas con Amparo.

Gustavo no se perturbó. Para él que me haya envuelto con la madrileña complicaba las cosas. Le recordé que había dejado de tomar, que Omar me había ofrecido un contrato por seis meses y con altas posibilidades de renovar.

Gustavo me interrumpió, entendió que mi llamado respondía a un asunto más delicado — ¿No será que la sobriedad te pone susceptible? — me dijo. 

Me pidió que continuara proactivo y fino con los informes por una semana más. Me reveló que Amparo ya tenía los boletos de retorno a Madrid. Lo expresó como al pasar. Gustavo desconocía que Amparo había sellado con sus besos una huella indisoluble sobre mis bordes cuarteados.

Mi camarada de la primaria había madurado la idea de requerir mi pase a la sección cultura. La muerte de su gato lo dejó muy golpeado. Necesitaba tenerme más cerca. Me habló sobre un cachorro que pensaba adoptar y lo bien que me vendría albergar un perro en casa; lo contento que se pondría Valen y de cómo las mascotas te ordenan el día. Mientras lo oía me detuve en los boletos de retorno a Madrid. Le pedí que me diera más precisiones. Me dijo que Omar lo comunicó en un mailing a los jefes de sección. La pasantía de Amparo había llegado a su final.

 

— ¿Qué pasa?

— No sé por dónde empezar, Gusti.

— Mauro Hamilton, por favor.

— Hice todo al pie de la letra.

—  ¡No me digas que te enamoraste de la gallega!

— Te juro que no quise.

 

Me desparramé en su sillón. Gustavo rondaba sobre una mecedora en silencio; se sentó, se paró y se volvió a sentar tomándose la cabeza. Para cambiar de tema, le conté como Valentín desde su recalada a la pre adolescencia expuso un desapego devastador.

— Es normal, todos los chicos son así — menguó Gusti — ¿Te acordás lo que te costó estar con él?

 — ¡Cómo olvidarlo!

 

GLOBOS

Lo primero que hicimos cuando se levantó el impedimento de contacto fue ir al cine. Una de las películas que más disfrutamos fue “Intensamente”. El personaje que más nos impactó fue Bing Bong. Un especie de Largirucho lisérgico proscripto de Sunny Side. 

Visitaba a Valen en la casa de su mamá. Desplegaba con impericia una veta de animador que de haber vivido con él no hubiese desarrollado. Llevaba globos. Como para economizar resolví comprar una bolsa de cincuenta unidades. Al poco tiempo, como si nell'oscurità rastreara mi táctica, las visitas empezaron a suspenderse. Broncoespamos primero, otitis repetidas después, fraguaron lo acordado. Con treinta y pocos y una certeza de condenado, como casi todo el mundo fracasé sin hacer ruido. Escuché la voz de Acavallo apuntando a mis oídos: "¡No bajes los brazos, pendejo!" Una proclama alcanzó para arrancar y desarrollar destrezas inauditas: Imitar voces, hacer títeres con las manos, inventar canciones, cosas que requerían de más imaginación que dinero. Valen, chocho.

El gordo Ozzy, un pibe de la barra de Chaca, me encomendó en un asado: "Vos a tu pibe lo tenes que ver sin la mirada de nadie. Hablá con Joe de parte mía" Luego de varios escritos, Joe logró que saltemos de un espacio abotonado, a un lugar abierto. Así fue que llegué al YMCA ¿Asociación Cristiana de Jóvenes? Tenía sesenta minutos para desplegar mi número y captar la atención de Valentín de tan solo un año y siete meses. Un bebé que solo miraba y sonreía. Miradas tan potentes como carburantes que consiguieron que el trip sea más llevadero.

En una semana era la atracción de los más chiquitos mientras sus hermanos mayores realizaban sus actividades. Un grupo de tres nenes y una nena visitaban la escalera que utilizaba de escenario. De un martes para un jueves mi público se redujo. Al parecer, un padre me escuchó al ingresar cuando le decía al personal de seguridad que venía por un régimen de visita determinado por un juzgado civil. A partir de ese día podía ir solo a la cancha de once. Rafa Nadal diría "es una superficie difícil porque no juego muy a menudo en césped..."

Había un detalle al que no había reparado. Los globos explotaban al hocicar el pasto. Valen se asustaba y lloraba. Su mamá al escucharlo arribaba como un relámpago. Tenían una excusa inmejorable para decretar el fin de la visita.

En la parada del colectivo me crucé con el hombre de seguridad que salía del club luego de cumplir su turno. Un tipo curtido, cara indiada y mirada de haber visto más de lo podría contar. Al verme cabizbajo me brindó un dato:

— ¿Conoces los globos perlados?

— No.

— Son más duros y no se pinchan en el pasto.

¡Datazo! Los busqué y camino a la parada di con una librería. Tenían globos perlados color verde musgo y rosa chicle. Eran caros. Tomaba dos los martes y dos los jueves. No sea cosa que comprara demás y las visitas también se picaran. El solo hecho de verlos desinflados sobre la mesa del comedor era suficiente para desplomarme.

 

 

INFORMES Y CRONISTAS

Había entendido de entrada el propósito de afirmarme en el trabajo pero Amparo mostró un interés por mi impensado. Mi jefa de sección estaba al corriente tanto de los informes y los cronistas hasta mi adicción y las idas y venidas con Valentín.

Amparo retornaría a Madrid en cuestión de días. Yo había franqueado lo acordado, me había involucrado más de la cuenta. La inquietud de Gustavo se concentraba en mi rehabilitación. En el marco de una recuperación atada con cinta scotch; una recaída asomaba sobre la tinta fresca.

— Te hacías el canchero, Thor. “¿Para asegurarme el laburo tengo que acostarme con la gallega de la zona más concheta de Madrid?” — me recordó con tono socarrón.

Gustavo me ubicó en un banquillo de los acusados por un supuesto desacato. Veía como mi colega gesticulaba con el entrecejo fruncido. Deserté de la charla como cuando éramos chico. Siempre tuve la capacidad de salir de su cháchara sin que lo advirtiera.

Gusti se puso pálido, un mensaje lo descolocó. Le pregunté si había pasado algo malo. Me expresó con una voz áspera que estaba todo bien. Se levantó con un movimiento maquinal y se llevó puesta una bandeja con dos vasos de gaseosa y hielo. Una mancha esparcida sobre el piso flotante desentonaba con el resto del living, pero se ajustaba con su semblante desencajado.

— Era Fede. Se desocupó temprano. Está cerca.

—¡Ey, tanto lío! No es el primer chongo que me presentas.

Gusti incrustó sus ojos inalterables en el celular. Mi comentario pasó de largo ¿Acaso me pasé con el plan? ¿Tendría celos de Omar? Él no era así. No podía ser. ¿Qué le pasaba? Mientras los dos permanecíamos impasibles, mi compañero hundió su pecho, se desplomó sobre el piso flotante — Perdoname, amigo — repitió mientras su voz se disipaba en fade. Me aproximé desconcertado. Lo abracé y para mi sorpresa cedió como un niño indefenso.

— Te mentí, Mauro — descargó en un suspiro entrecortado. Gustavo levantó la cabeza y limitó su visual a mi frente.

— No entiendo.

— Lo que escuchaste.

— ¿Con qué? ¿Con quién? — pregunté deletreando las sílabas con el sigilo de un roedor.

Gusti agitó su cabeza de derecha a izquierda.

— ¿Vos armaste todo esto? — Lo increpé envalentonado — ¿Mentiste para que me olvide a Vera?

Su celular tintineó. Ésta vez era una llamada. Gustavo atendió con rapidez para salir de la discusión, abajo lo esperaba Fede. Salió embalado, al tiempo que me acercaba hasta su repisa de vinos. 

Tuve muchas ganas de tomar. Llevaba varios días de sobriedad. Conté doce botellas y seis copas grandes, mientras estudiaba una de las etiquetas de un cabernet sauvignon oí como Gustavo murmuraba y una voz familiar respondía ¿Quién era? La puerta se abrió, volteé y lo vi. Sumiso y sin armaduras. Es como si el paso de los años lo hubiesen arqueado aún más. 

¿Cómo podían hacerme esto? Gustavo le requirió a Dante que apareciera por su casa. En el grupo de alcohólicos anónimos era usual ver un adulto llorar, me había acostumbrado a esa situación. Sin embargo, cuando lo vi a Gustavo tan afligido, me sorprendió sobremanera. Gusti se quedó en silencio y juntó las rodillas con el pecho. Su móvil se cayó sobre el charco de gaseosa. Dante se arrimó aturdido y le apoyó la mano derecha en el hombro ¿Hasta dónde podía soportar la humillación de dos tipos que se me reían en la cara? Me arrimé cauteloso hasta la puerta para irme sin estridencias. Un nuevo escándalo me dejaría sin trabajo. Gustavo se restableció y me dijo — ¡Amparo te quiere de verdad!

Volví sobre mis pasos y pisé el barrizal. Dante se retiró con reserva. Quise saber en qué me había mentido. Gustavo confesó que Fede ya no era su pareja. Aprovechó mi visita para citar a Dante y según sus palabras cerrar "la herida de una vez por todas". 

Me reveló que al cortar conmigo inmediatamente lo llamó a Dante. Giré y lo vi. Un ex amigo, el mismo que me clavó un puñal por la espalda asintió con una mueca esquiva.


SILVIO

Gustavo me relató cómo su gato enfermó. Cómo emprendió un tratamiento en una veterinaria de Boedo. Allí se cruzó con Dante en dos oportunidades. El traidor alquilaba un departamento arriba del local donde se atendía Silvio, el gatito de Gusti. Karina, la veterinaria, era la propietaria. Mientras Dante se arrimaba hasta la repisa de vinos, Gustavo siguió con su relato.

— Te vi tan mal. Estuviste a punto de quedarte sin trabajo. El recuerdo de Vera te estaba volviendo loco — repasó Gustavo al tiempo que Dante se quedaba inmóvil mirando la pared — Sos el hermano que no tuve. Solo quise ayudarte. Dante le habló a Karina del tormento de Silvito y le pidió si podía operarlo a pesar del riesgo. Hizo lo imposible por salvarle la vida. Yo la vi, te juro. ¡Cómo transpiraba! Los ojos de ese animalito tenían el fuego de un ser humano. Fue como si hablara con la mirada:

"ahora no me quiero ir, me gusta caminar por el piso brilloso cuando me dejas solo. Ahora que encontré con que entretenerme, ahora que acerté mi hogar me tengo que ir, porfa no me dejes ir” 

— Te juro Maurito que no sé cómo será ser padre, no sé si alguna vez lo seré. Sentí un ahogo tan profundo que por un minuto quise irme con él. ¿Para qué el diario y los reconocimientos? ¿Para qué progresar si no tenía un amor? Silvito era mucho para mí. Salí devastado de la sala de operación ¿Sabes quién estaba esperando cuándo salí? Dante y sus brazos que me envolvieron. Estaba vencido y sin soltarme me dijo — Kary hizo todo lo posible, no había más nada que hacer — Su abrazo fue como un envión de voluntad. No sé cómo explicarlo, no sé, hermano, te juro que no sé. 

Dante sirvió tres copas. Le hice un gesto pero fue inútil.

Elegí creerle. Rabioso por una situación tan incómoda cómo confusa, me centré en Amparo. Frío e inalterable ante su revelación (para ningunear el propósito del reencuentro con Dante) le pregunté no sin pedantería, cómo sabía que la madrileña podía fijarse en un tipo como yo.

Gustavo, mientras recobraba la voz y el color en la piel, me recordó el instante que Omar presentó a Amparo en la redacción. Me dijo que la observó y avizoró cómo le cambió el semblante al verme.

— Irradiabas algo. Pensé, acá hay una salida.

¿Una salida? Gustavo no precisó stalkear. Inesita, cada mediodía fue cincelando sobre el pasado enigmático de Amparo. Inés sonsacó entre ensaladas y viandas cómo y porqué la madrileña llegó a Buenos Aires. Siempre enaltecí a la tecnología y la posibilidad de localizar información en fracciones de segundos, sin embargo, no hay nada más efectivo que la afinidad real de las personas. La confianza de una compañera compinche que sabe abrir los portones de la verdad.

Luego de conocer el motivo de su viaje, resolví dar un paso al costado con una relación destinada al fracaso. Gustavo respiró profundo y saboreó un sorbo de vino. Dejó su copa en la bacha. Se lavó la cara y sin secarse arrebató unas llaves y nos dijo — ustedes tienen que hablar.

Me quedé cinco minutos observando a Dante. Luego, lancé una pregunta como un flechazo — ¿Te acostaste con Vera?

Dante intentaba ser afable y yo en un arrebato verbal le fui al pescuezo. Me pidió que conversemos en buenos términos. Insistí con mi interpelación. El arguyó que habían pasado muchos años y yo le determiné con firmeza que necesitaba saber. Luego de unos minutos de persistencia me respondió que sí. Descolocado por su réplica le pedí que me precisara el período de los encuentros. Dijo no recordar. Le pregunté porque me remachaba como un loro "¿Cómo va todo con Vera?"

— Nunca entendí que estuvieras con Luciana si intentabas algo con Vera ¿Qué me querías demostrar?  Estaba muy enojado —  me dijo.

— ¿Enojado?

— Si, me refregabas el éxito de tu programa justo cuando Ramenzoni me despidió.

No recordaba haberle refregado ningún éxito y le aclaré que no coincidía con él. No se justificaba que su supuesto enojo lo lleve a tomar la decisión de emprender un coqueteo con Vera. Dante buscó salir del mal trance —  Estás muy alterado, así es difícil hablar —  repitió.

Le respondí que necesitaba entender. Dante expuso que lo habían despedido del único programa donde participaba. Las columnas y las notas gráficas no le alcanzaban para cubrir los gastos. La relación con su pareja estaba cada vez peor. Todo se derrumbó para él. Le recordé que nunca busqué hacer alarde de mi presente, que le blanqueé lo de Luciana como le contaba cada cosa que hacía como cuando éramos adolescentes. Dante me respondió que ya no éramos pendejos para invalidar mi argumento ¿Acaso ser adulto es abandonar la satisfacción de compartir una alegría con los amigos? ¿Dante fue un amigo? ¿Qué pensaría realmente cuando me escuchaba? El solo hecho de repasar alguna de nuestras charlas me dio escalofríos. Noté que había algo de sentencia en sus palabras. En aquel momento yo estaba solo y Vera me tenía en la dulce espera. No éramos novios. Luciana no fue una relación buscada; se dió y Dante lo sabía. Luciana me escribió un mensaje que comprendí mucho después:

"... Jamás esperé que pudieras desaparecer de mi vida como un adolescente sin decir ni chau, con un WhatsApp. No me debías nada, ni tiempo, ni amor, ni palabras bonitas, solo respeto. El que prioriza sus necesidades sos vos y así es difícil tener una compañera, con el rigor y la belleza que esa palabra conlleva. Yo no voy a analizarte ni a decirte lo que podes hacer con tu vida. Simplemente no comprendo que te pasa. Tengo mil cosas para decirte, todas lindas, hermoso. Pero hoy no me saldrían bien sin que me largue a llorar y estoy en el laburo, porque la vida continua. No debería auto halagarme diciéndote que dejas pasar una oportunidad de que te quieran bien. Estas encerrado en un nudo de teorías que no lo dejan disfrutar la práctica, evidentemente yo no tengo la llave para poder abrir esa puerta en vos. Y es una pena. Sos hermoso y valioso, ¡deberías ser feliz! No te presiono, perdoname, simplemente por la forma no advertí que me habías dicho adiós. Te adoro precioso. Besos"

 

Casi sin darme cuenta, entendí raudo que Luciana había sido lo mejor que me había pasado en la recta final de mi década de los treinta. Diez años agudos, intensos, de titubeos y naufragio. Una década de revelación y paternidad a flor de piel. Luciana, sin dudas, fue la mujer que me quiso con mis bemoles y mis peros. Ella me admiraba, dedujo que era lo que precisaba. Ella escuchaba. Luciana tenía el ego bien ubicado y eso es todo para mí. 

Dante me confesó en final del careo que en mi cumpleaños le pidió el número a Vera para compartir fotos de su hijo Bernabé. Ella le habría dicho que su hijo mayor también se llamaba... Bernabé.

Le consulté si le había referido algo de mi relación con Luciana. Me lo negó y opinó que a mí me serviría imaginar que Vera se acostó con él por despecho.

Mi ex compañero estaba acorralado y tiraba tarascones. Sentí que ya no valía la pena continuar con las preguntas. Había pasado mucho tiempo. Él no tenía nada que discernir, yo lo había entendido y eso era suficiente. Me sentí traicionado y decepcionado ¿Acaso qué amistad no es peligrosa?

La conversación había finalizado pero necesitaba que supiera algo más. Le dije que durante mucho tiempo estuve enamorado de Vera. — Uno no va a buscar otra mujer si está enamorado, cabezón — apuntó Dante con un contraataque desleal. “Cabezón” me decían sólo dos personas; mi finado padre y él — Sé que esto puede ser muy doloroso pero de algo estoy seguro.

— ¿De qué estás seguro? — le pregunté.

— Vera no era para vos. Si no era yo, era otro...

— ¡No me digas cabezón! — "si no era yo, era otro" me lanzó Dante como un puñal — Me tengo que ir.

— Pará ¿Le sugerí a Gustavo que hable con Omar para que te gestione una licencia.

— ¿Una licencia? 

—  Si, para que puedas ir a ver a Amparo. 

— ¡Estás loco! ¿Y el laburo? 

— Gus te cubriría en el Congreso, yo me encargo de sus notas de cultura. 

— Es una locura. Es mucha guita.

— Karina no me cobró depósito ni mes de adelanto y pude juntar unos pesos. Los pasajes podríamos bancarlos nosotros con las tarjetas de crédito. 

Por primera vez en la tarde noche bajé la guardia. Dante me miró y ladeó los hombros hacia adelante con el semblante de hace veinticinco años atrás.

Le manifesté que no podía viajar. Me mostré afable con el correr de un interrogatorio que fue de lo denso a lo sutil. Sabía que podría ser la última vez que conversaría con él sobre el tema. La conmoción de un perdón que acallaría mis demonios me dio un hálito de consuelo. ¿Acaso la traición olía a incienso? ¿Cuánto tiempo más podía encerrar la ponzoña? Dante para terminar me preguntó si realmente lo había perdonado.

— El perdón es algo que te doy y me doy a mí. Me sirve para sanar, ¿me entendés?

— Si lo entiendo.

— No me parece que tu humanidad se juegue solo por lo que pasó.

— ¿Por qué me perdonas? — me inquirió Dante con perplejidad.

— ¿Por qué echarte de mi vida por la única cosa que hiciste mal? Si vos me jugaste por la espalda no es porque yo me lo merecía, eso habla de vos, no de mí —  le precisé con un tono de voz imperturbable.

 


Capítulo XI https://bit.ly/39Y0SjO



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