21 de julio de 2021

LA HORA SIN SOMBRA | COLORES VERDADEROS | CAP 1

 

Posteos desfilan como las huellas de las gaviotas en las playas. La reclusión nos transportó a indagar en baúles y pliegos, en sumas restas cartas que jamás enviamos, manuscritos, letras perpetuadas en borradores con espiral y hojas desenterradas de su umbral. Esta aventura tiene delicias y tristezas. Cuando el canal era un río, cuando el estanque era el mar escribíamos en diarios.


— ¿Juega Raulito?

— ¿Quién era Kary?

— El Erny,…

— ¿Qué le dijiste?

— Que tenías tarea, Ra.

—Gracias Kary…

 

I

Así pasaban las tardes de verano. Retirado. Prendido a los lápices y las historietas. La calle aún era una amenaza. A la pelota jugaba solo en el patio. Ensayaba con la pierna izquierda una y otra vez sobre una mancha de humedad. Después del diluvio del 85 perdí la referencia de esa marca. ¿Será por eso que hice pocos goles de zurda?

Mientras el jarrito de aluminio avivaba la leche y los perros ladraban al caballo del vendedor de pan casero, leía y dibujaba. No hacia otra cosa. Eran los ochenta. Mi única salida: comprar velas. Velas, jugo y pan. El sábado cambiaba por velas, coca y pan.

 

Vivíamos sin luz. Los cortes de energía eran parte del paisaje. Después supe que el gobierno decidió programar los cortes. Y con ellos, la vida se transformó definitivamente. Cuando retornaba la luz oía en el noticioso: Central Hidro eléctrica de Embalse Río lll, Central Nuclear de Atucha. Incendio en la red de distribución de El Chocón. Atucha, El Chocón ¿Qué es eso? ¡Cuántos personajes hermosos para dibujar! ¡Atuchaman vs el Chocón de acero!

Aquellos días y noches sin luz propiciaron las horas de ocio. Leía todo lo que llegaba a mis manos. Yo no arranqué con Rayuela. No fui un lector plus ultra. Leía como quien cirujea en la cultura.

Cuando yo era chico, aplaudía y entraba a las casas.

— Permiso, Don Francisco.

— Pasá Raulito, pasá.

Don Francisco tenía historietas. Yo estaba fascinado con un pilón que empleaba para disimular una abertura sin revocar. Me acuerdo de “Super Lopez”, “Felix el gato”, “Casper”, “Meteoro”, “Daniel el travieso”, “El super Ratón”, “Magoo”, “Periquita”, “El oso Yogui” y “Huckleberry hound”. “La pequeña Lulu”, “Benito Boniato”, “El hombre bionico”, “Din Dan”, “Pepe Gotera y Otilio”, “Copito” y “Archie”. Leía una por día.

 

II

De pibe me gustaba hablar con la gente grande. Creo que al pibe que fui le gustaría hablar conmigo. Porque yo ya soy gente grande.

Tenía una admiración secreta por las personas que sabían hablar. ¿De dónde sacaban tantas palabras? ¿Cómo se hace para hilvanar un pensamiento con otro sin caer en el vacío? Leyendo — diría Don Francisco — leyendo todos los días.

 

III

Una tarde emprendí la aventura de dibujar mis propios personajes. Ideaba un universo. Era vivir en una especie de matrix. Me conectaba e iniciaba el viaje hacia el primer boceto.

Rafeaba dibujos sin ton ni son que brotaban uno tras otro. Primero una escena, un globo y un texto escueto. En realidad un argumento forzado para justificar la posición de los personajes que me habían salido. Todavía no había incorporado la idea de perspectiva y el escorzo. Los dibujos estaban empotrados en el papel. Esos párrafos se amoldaban a mis primeras ilustraciones. Cuando el dibujo me convencía lo pasaba en limpio y luego lo coloreaba. Era el momento del regocijo. Colorear un dibujo propio era como el “sí” de la chica que me gustaba.

 

IV

Un profesor de la Escuela Superior de Artes Visuales Martín Malharro numeraba que un diseño gráfico funciona si puede prescindir del color. ¿Acaso nuestra existencia es un diseño que relega el color para funcionar?

En la serie Okupas, que hoy vuelve, Miguel, un ladrón entrenado le decía a Ricardo, un pibe de chalet marrón que quería robar “cuando puedas caminar solo… vas a poder caminar con alguien”. Quizás cobre alguna semejanza un dibujo en tinta y caminar solo.

Recuerdo que dibujaba imbuido más en los dibujos animados que en las historietas. Un bugs bunny con un brazo de metal. Combinaba a Mazinger con Tom y Jerry. Meteoro con Antifaz. La cabeza no tenía límites.

 

Faltaba técnica pero sobraba corazón.

 

V

Todos los dibujos eran goles al ángulo para mi papá. El coleccionaba las hojas Rivadavia en su carterita de cuero. En su velatorio me enteré por Luis, su compañero de trabajo, que exponía los dibujos en el horario del almuerzo.

— ¿Qué decía Luis, decía algo? — le pregunté para llenarme de sus palabras y montar sobre escombros una historia que me sirva para no hundirme en el fango.

—No, no. Los mostraba nada más… Con una alegría que no le entraba en el pecho. Este hombre — dijo Luis sin perder de vista el ataúd — te quiso un montón, pibe.

VI

Del test vocacional, se desprendió que debía estudiar en un secundario con orientación plástica. Años después, en la Malharro regrese a los lápices, a la tinta, a las historietas. Durante cinco años estudié ilustración y diseño gráfico. Retrocedí al placer de hacer y fundirme en el tiempo presente.

¡Qué necesarias fueran las devoluciones de los docentes para avanzar! En paralelo asistí a talleres como el de Ariel Olivetti, que señaló algo bueno sobre mi trazo. En la jornada “Haceme un dibujito” conocí a Carlos Nine, un monstruo de la acuarela, la ambigüedad y la exageración. En ese marco, junto a Seba Mulero, descubrimos los cursos de ilustración de Enrique Breccia, un talento increíble.

VII

Breccia viajaba cada quince días a Mar del Plata. Vivía en Mar del Sud. Fue una verdadera revelación. Nos enseñó una técnica mágica: El uso del enmascarador. Enrique bocetaba en lápiz. Luego, con su plumín entintaba con ese líquido acuoso. Tomaba los pinceles, las tintas y procedía a pintar, a diferencia del maestro Nine que empleaba acuarela; Enrique explotaba la tinta china de color sobre el soporte. Usaba los colores con desfachatez lejos de las leyes de armonía, tonalidad y el buen uso de los colores primarios y secundarios. Un personaje de Breccia podía tener una luz verde sobre el pómulo que se fusionaba en una transparencia en violeta sobre la frente y darle carácter de colores cálidos a una paleta de colores fríos.

 

Una vez finiquitado el procedimiento de entintado, Enrique dejaba secar el papel Fabriano LR. Recuerdo que en la primera clase levantó la mirada, y como un hechizero comenzó a deslizar sus dedos sobre el papel. Levantó el enmascarador sobre la zona donde había decidido ubicar la luz y poco a poco esa goma se disipaba. La imagen tomaba tres dimensiones.

Fue presenciar la ejecución de un grabado pero al revés. Sus pulgares fueron las gubias sobre una madera ficticia.

VIII

Incorporé la técnica y retome el dibujo con el arrojo de los años de los cortes de luz. No paraba de dibujar y entintar. A los 24 años recibí el título de Ilustrador profesional y nunca ejercí. Pasaron 121 años. Regalé todos mis pinceles, mis rotring y mis acuarelas a mamá. Las tintas se secaron. El dibujo había perdido el verosímil. Pensaba demasiado antes de empezar. Perdí al pibe y con él todo el resto. El hecho creativo se desmoronó como una pila de naipes.

 

Sobraba técnica pero faltaba corazón.

 

IX

En mi infancia dibujaba porque las palabras no encontraban el repecho donde deslizarse. Hablaba con imágenes y los diálogos en un globo. El único globo que admití a pesar de ser cuervo.

En el comienzo de mis treinta naufragaba entre laburos equivocados. Pensé que nunca más acertaría con mi vocación. Tropecé, sin buscarlo, con la radio. — Vos vas a hacer radio el día del arquero— me decía uno que es preferible olvidar.

Acá estamos. Otra vez

 

X

Hoy golpearon la puerta de la radio.

— Juega Raulito — dijo el Erny

Alguien abrió. Ya no está Kary para justificar mi reclusión.

Roberto encendió luz roja. Las luces de las velas oscilaron como en la casa de Don Francisco.

 

Cuando el Erny pregunte — ¿Juega Raulito? Kary dirá con alegría: Si Erny, hoy… ¡hoy juega! Y esta Claudia, Walter, Roberto, Marcelo y Camilo como un hilo invisible del azar o del destino que va tejiendo alrededor volvimos juntos a través de la ruta 2 a nuestra querida Mar del Plata.

 

 Y los dibujos en la carterita de cuero de papá tomarán vida con el enmascarador de Enrique Breccia y una voz familiar que desde la hora del almuerzo dice y dirá junto a mama y Pancho:

Veo tus colores reales, brillando a través de todo. Veo tus colores reales, y por eso te quiero. Así que no tengas miedo. ¡Vamos! mostrá tus colores verdaderos… Hermosos, hermosos como el arcoíris.







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