24 de mayo de 2022

AUSENCIAS

 

En un contexto donde la pandemia invita a que muchos sectores logren adaptarse y se reinventen en busca de una nueva normalidad, el sector bancario, por ejemplo, busca digitalizarse por completo. Debido a la pandemia de COVID-1 presenciamos clases de manera remota. Un contador público va una o dos veces a la oficina de manera presencial. Los escritos de un letrado se envían a través de una mesa de entradas virtual, vamos perdiendo el contacto, desaguando cierta vecindad tan necesaria, tan vital.

El 18 de mayo, día del CENSO NACIONAL DE POBLACIÓN, HOGARES Y VIVIENDAS, salí a la cancha después de doce años. Estuve censando y en contacto con varias personas.

Hablé con Eligia de ochenta y ocho años. Ella fue la primera que me recibió en la calle Brown. Llegó de Siracusa, Italia en 1955. Estaba con su hija que la asistía. En 2021 murió Paolino, su marido. Eligia estaba tomando su mate cocido con pan — Mangio solo il pane in un flauto  — dijo y me trajo un aire de su Siracusa natal que arremetió por ruta 2.

Salí y me topé con Rodolfo, 63 años, albañil y jubilado. Reside con su  mujer de 46 años y dos hijos de su primer matrimonio.

En la tercera casa que cense acerté con Antay, psicólogo, vino de Uru Chipaya, Bolivia en 1972. Estudió su carrera en La Plata “en aquellos años tan bravetas” me dijo mientras me convidaba un alfajor de chocolate. Antay fue muy amable, al tiempo que completaba los puntos sobre ¿Cuál fue el nivel más alto que cursó?, le consulté de manera maquinal  ¿Cuál es la relación o parentesco con el jefe del hogar?

— El hombre de la casa soy yo, joven. Mi señora me ayuda y mis niños han crecido y alzaron sus alas, ya — en tanto que sus ojos se llenaban de lágrimas. Eran las nueve de la mañana y concebí que censar no era sólo completar casilleros.

Al finalizar con el tercer domicilio, un grupo de vecinos me esperaba como niños debajo de la piñata. Tenía sus censos en hojas impresas. Se me dió una racha maravillosa. En total trece hogares realizaron el censo de manera digital, y eso me permitió seguir conversando y conocer más gente.

Promediando la recorrida di con la casa de María Delia. Ella estaba pintadita, perfumada y con un solero elegante. Compartimos al menos media hora. Su televisor de veinte pulgadas estaba prendido y pude escuchar “yo que he aguantao al indiaje, no aguanto un malón de ausencia”— Te estaba esperando— me dijo y allí supe que María Delia, como el tango, siempre te esperan.

—  Todavía me acuerdo cuando murió Pichuco — me dijo al tiempo que un programa conmemoraba que el 18 de mayo de 1975 moría Aníbal Troilo.

—  ¿Sabes porque le decían así?

—   No — le respondí.

—  Por "picciuso", que en napolitano quiere decir "llorón". No viste que Troilo hacía pucheros.

Mientras comenzaba a completar la planilla, María Delia, que al igual que Eligia, tiene ochenta y ocho años me reveló que su hija le escribió “al chirimbolo este”. Se refería a su teléfono celular.

—  Estos numeritos te sirven, nene.

—  Sí, ¡claro!

Su hija completó todo el censo. Tenía la clave censal. Me había servido un café doble y tenía el alfajor de Antay. ¿Cómo me iba a ir?

Cuando María Delia me confesó que le gustaba mucho el tango, le dije que en el Bar Argentino el sábado siguiente habría un homenaje a Homero Manzi. Ella no conocía el lugar y le expliqué cómo llegar.

— Nene me dibujas el camino, para el remisero, ¿viste?

— Claro, ¿Cómo no? - Le dije. Ella me alcanzó un volante con el reverso en blanco. Maria Delia repasó la mesada de mármol con una valerina húmeda al menos cuatro veces en cinco minutos.

Viendo tantos retratos color sepia escoltados de velas y estampitas, una pregunta me quedó repiqueteando, ¿Cómo se sigue después de tantas perdidas? Quizás sea una pregunta para otro Censo Nacional de Población, Hogares, Viviendas y Duelos pero no era tiempo de pálidas. Había que seguir.

Junto a las hornallas de María Delia estaba bien protegido del frío. Al salir sentí el viento helado. Mi pechera me quedó de babero. Se había levantado un tornillo importante. Hay un momento de la mañana que la temperatura desciende. Atravesé un mini campito y así fue como llegué a la casa de Zunilda, paraguaya, 44 años, oriunda de Caazapa, un pueblo al sur de Villarica.

Ella vive sola, le pregunté si hablaba guaraní y me dijo “muy poco”. Me contó que en su pueblo hay un registro, como un argot que ni siquiera ella reconoce —  mis sobrinos son los que hablan por el, ya no se le entiende naaa —  y si de idiomas que se van perdiendo se trata, me di cuenta que María Delia con sus ochenta y ocho abriles habla en un castellano en extinción. Un castellano sincero, sin especulación que le pone el oído al otro. Todos somos sinceros a solas; en cuanto aparece una segunda persona empieza la hipocresía.

La familia de Zunilda aún vive en Paraguay. Fue la única censada que me atendió desde la cerca de una casilla muy humilde. Zunilda no me miró a los ojos durante el cuestionario. Como si tuviera vergüenza al responder. Al escucharla fue cómo si se me hubiesen tumbado las ganas de irme del país, algo que pensé muy seriamente. Había un dejo de inhibición en su mirada. Ella trabaja como empleada doméstica. 

— ¿Te descuentan para la jubilación? —  le consulté.

Me dijo que sí, y cambió su talante. Alzó su atisbo, y en esa subida distinguí la dignidad en el resplandor de sus ojos almíbar. Zunilda hace dos décadas que reside en nuestro país. Sueña con traer a los suyos de Parabay, Villarica.


Llegué al final del censo e hice una parada para ordenar los papeles. Un rastrojero me tocó bocina. Levanté la mano. Ya era famoso en el barrio. Sentado en el césped donde los restos de escarchas se iban disipando y las de pintadas de Alvarado engalanaban los postes de luz; alcancé un pasillo con tres departamentos tipo PH.

El primer censado: Marcelo. Nació en 1972, el mismo año que Antay arribó a La Plata, con una visible ternura en sus ojos supe después que tiene un retraso madurativo.

— ¿Hay alguna persona que tenga dificultad o limitación para caminar?

— Si, yo.

— ¿Para subir escaleras?

— También.

— ¿Recordar o concentrarse?

— Y mucho no me acuerdo, ¿vio?

— ¿Oír?

— No escucho de ete oído, mi viejo me molía a palo.

— ¿Usas audífonos?

— Eque.

Marcelo vive solo y hace changas. Es el encargado del mantenimiento del pasillo del PH. Tenía muchos cassettes, pude ver rápidamente uno de Whitesnake. Marcelo me recordó la canción Pepe Lui.

“Cajones de los misterios / Melodías de Pescado

Siempre sonarán/ En lo del flaco Pepe Lui”

El escucha cassettes. En la calle Brown todavía hay gente que escucha cassettes, como melómano es un dato que me conmovió. 

La última casa por censar fue la casa de Marita. Allí desayuné por segunda vez, con tostadas y mermelada de durazno con queso Mendicrim. ¡Cuántos olores me trajo este censo!

Marita vive con su hijo de 31 años. Ignacio fue internado dos días antes. Ella misma lo denunció. Lo último que le había robado era una licuadora. Los pocos electrodomésticos que le quedan, están bajo llave al lado de su cama. 

La mamá de Ignacio me relató que cada vez que se levanta, pisa un ventilador o un calentador eléctrico para que su hijo no lo venda para consumir. 

— ¿Cómo es un día en tu vida como madre de una persona adicta? —  le pregunté, mientras el censista le daba paso al periodista.

— Un día intranquilo siempre pasa entre pensamientos de inseguridad, miedo, preocupación y ansiedad…


Marita vino de Baradero en 2015 creyendo que salir de la ciudad le permitiría a Ignacio dejar su adicción. Al traerlo a Mar del Plata la situación se acentuó, mientras iba completando la planilla, Marita me repetía que tenía que haber más leyes, que no puede ser que el CENARESO no tenga lugares para internar. La mujer se deshacía en lamentos, al tiempo que Florencia, mi jefa de fracción me llamó y me pregunto cómo iba todo. Eso me permitió continuar con el trabajo. Le dije a Flopy que había censado a trece personas, claro, sin contar que otras tantas habían realizado el censo de manera digital, y los que tenía anotados de los celulares alcanzaban un total de veinticinco más las casas que estaban deshabitadas.

Cuando miré mi reloj eran las 14 horas. Tenía muy avanzada mi fracción. Tenía que volver al Escuela Municipal Nº13 "Eva Perón", para completar mis planillas. 

Dato curioso para neutralizar la movida de haters en las redes: Una chica me pasó su celular por la reja para que anoté el código. Confianza absoluta.

— Recién estuve con María Delia.

— ¿Qué dice esa loca?

— Ahí está mirando la tele, se maquillo para esperar el censo — le dije a una vecina.

— No, si ella es así.

Escuchar a la gente y sus historias de vida son una usina para narrar. Salvo Marita ninguno de los censados me habló de cuestiones de alcance municipal.  Nadie hizo mención a la basura que se amontona, ni a una fotocélula que no enciende. Me hablaron de sus pasiones, de sus seres queridos, de sus países de origen y de los que ya no están. Me brindaron lo mismo que ellos estaban desayunando. Es mucho cariño para alguien que recién conocen.

Los bancos están pensando seriamente en despersonalizar la atención, cada vez hay menos gente haciendo trámites. Sin embargo, yo me quedo con Maria Delia, con el alfajor de Antay, con el homenaje a Pichuco, con un tango, con un guaraní en extinción, el cassette de Whitesnake; con eso que todavía sobrevuela en Brown al ritmo del 2 x 4.

Lo único que puedo decir es que dentro los 47.327.407 millones de censados hay dos personas menos: Maru y Pancho. Lo pensé durante todo el día, porque todo lo que me pase de acá en adelante va a estar atravesado por esas dos ausencias. ¿Los recordaré con este dolor para el próximo censo? 


¡amalhaya lagrimones! que brotan de mi conciencia,

yo que he aguantao al indiaje / no aguanto un malón de ausencia.

Canta el Polaco con fervor y Pichuco asiente haciendo puchero.

 



4 comentarios:

  1. Hola Raúl! Me encantó, muy bueno. Tendría que ser de lectura obligatoria para los que vayan a censar en 2032, van a ir abiertos a vivir la experiencia con mayor sensibilidad.

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  2. Después de un día de llenado de planillas y malestares organizativos esto fue lo mejor para cerrar el censo. Hermosa descripción de lo que realmente importa.

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  3. Siempre digo que lo que marca la diferencia es el amor con el que hacemos lo que nos toca o elegimos..y este relato de un censo dejo de lado estadistica de datos, y planillas , para dar lugar al amor por el otro. Me encanto tu relato amoroso en cada detalle. La gente te espero para hablar de lo que le pasa y atraviesa cada dia. Gracias por tu relato

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  4. Ohh muy hermoso, pude revivir con cada historia esas emociones guardadas de todos, y esa necesidad de contarlas.
    Gracias, de un trámite a un buen momento para recordar

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