26 de enero de 2018

N☀CHE



Salir a la calle y enfrentar una arteria tan concurrida puede ser un problema durante el día. 
La aglomeración de gente que circula, la columna inacabable de automóviles que desfila en inquebrantable marcha, bocinas estrepitosas y el chillido de los semáforos sonoros es un porrazo para los sentidos. 
Por la noche el paisaje se transforma. Tiene sus preeminencias. El bar Santa Lucía cierra sus puertas a las 4 am. Vivir sobre una avenida espaciosa e iluminada tiene sus ventajas. Ahora resido sobre una calle desértica. Además del silencio, tiene un aspecto positivo, me ordena el día. Antes de las nueve de la noche hago las compras y a partir de las diez permanezco en casa.
Lo revelador es cómo se renueva la óptica cuando se alcanza un objetivo crucial: el techo propio. El abuelo Nicanor decía "más vale rancho propio que palacio ajeno". La autoestima se vigoriza. Después de 23 años abandono las renovaciones, los planteos de propietarios crueles, inmobiliarias ruines y el pago de expensas extraordinarias por arreglos fraudulentos. Ahora que lo pienso, no extraño tanto las bondades de Saint Joan .

***

Conquisté lo que fantaseé desde los diecinueve años cuando concluí emprender una nueva etapa. Tuve que vender mi auto pero ese no es un brete. Camino un poco y me topo con una parada. La boca del subte queda a cuatro cuadras.
Al sur y al norte coexisten dos vastos espacios verdes: la Plaza Garay, a sólo media cuadra y la Plaza Alfonsina Storni, más abierta que serpentea la autopista 25 de mayo. Espacios variopintos donde ensaya una murga en la previa del carnaval, un bebé emprende sus primeros pasos, dos señoras mayores cuerean al que pasa, un puber coloca una tuca en una cajita de fósforos para consumir lo que queda y un transa cogotea como espectador de un partido de Grand Slam. Acertar con tantos árboles alrededor es un privilegio, sobre todo en verano. 

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Tanteé varios lugares para afirmarme a disfrutar de un cortado y escribir. En el café flemático de la YPF de San Juan y Solís esbocé dos líneas a propósito del tango "El pescante": 

Yunta oscura trotando en la noche, 
latigazo de alarde burlón. 
Compadreando de gris sobre el coche
por las piedras de Constitución

Apareció un verso ramplón: ¡Qué remotas quedaron esas estrofas! Ya ni las piedras están. ¿Existe un Manzi entre los milenians? ¡Avisen!, porque que ya no quedan. 
El lugar posee la serenidad que preciso y una vista a la avenida inmejorable, a saber, ver y que no me vean. 
Si de voyeurismo se trata, allí está mi vecino Miguel, el único con quien intercambié un diálogo. Miguel no supo decirme dónde encontrar un buen bar. Él para en la cuadra, de allí no se mueve. Para mi vecino pasé de ser el inquilino al "muchacho" del 1º C. Miguel es chusma y cizañero, con sagacidad aísla del coloquio de palier a los inquilinos cuando se arriman.

—    ¿Compraste, pibe?
—    Sí, Miguel.
—   Te felicito. 

***

Miguel es jubilado. Manejaba un taxi. El tipo se planta en la vereda, sube y baja a la bicisenda y carpetea todos los movimientos como el mono de Toy Story 3. Miguel es poliglota. Dialoga con todos: pensionadas que desfilan al supermercado chino de Cochabamba, cartoneros, pungas, travestis, prostitutas y policías de la comisaría 16 en la jerga que el parloteo requiera. La condescendencia que desarrolla con la ley es repelente.
Todas las mañanas lo saludo cuando salgo a trabajar. Para Miguel, siempre estoy o muy abrigado o muy desabrigado. ¡Ni hablar si esta nublado! « ¿Y el paragua?»

— ¿Por qué no duerme un rato más, Miguel?
—¡Ya voy a dormir cuando me pongan el traje de madera! — dice mirando al cielo  ¿Cuándo te vas a afeitar esa barba?  remata.

***

Cada mañana, de modo autómata, me arrojo hacia la boca del subte. Paso por la Plaza Alfonsina Storni. Siempre advierto un perro negro de mirada triste en la entrada de Virrey Cevallos. La primera vez que lo distinguí entre la gente estaba comiendo de la basura. Me dio lástima y ensayé un meneo para acariciarlo. El animal me enseñó sus dientes puntiagudos. Natural, no se toca a un perro desconocido cuando come.

***

El fin de semana pasado, después de varios intentos, accedió a aproximarse retraídamente. Yo estaba vestido con una remera, bermuda y zapatillas. Es extraño, en la semana no me pasa cabida. 
En un soplo vislumbré la subjetiva del perro negro: debe ver un hombre desencajado circulando con camisa, un bolso y cara de pocos amigos. Como los perros callejeros, cuantos más palos recogimos, menos cedemos. ¡Lo entiendo a Noche! Ah, le puse Noche porque tiene el pelo de color canela en la cara y las patas pero el lomo es de color negro azulado. Tiene los ojos como dos botones oscuros y pequeños que miran muy atentos. Noche accedió a mis agasajos. 

***

En la semana paso a las corridas por la plaza subsanando en mi cabeza lo que hice y rumiando en lo que haré. Los sábados estoy con Valentino en modo presente. Estoy en su frecuencia. 
Este domingo llevaré la última novela de Sándor Márai, mi mate y leeré bajo la sombra de un ombú en la plaza para perros. 
Noche también es propietario. Conquistó solito su lugar. Ya lo veo venir. Se aproximará y permanecerá a mi lado. — ¡Hola!, no me mires así. ¿Qué te pasa? ¿Trajiste comida? Solo galletitas. No me gustan. ¿Adónde dejaste el disfraz? — Él sabe estar en silencio. Es un buen anfitrión.

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***
— ¿Es tuyo? ¿Estás seguro, no?
— Mavale.
— ¿Estás seguro que no muerde?
— Sí, doña. Quedese tranquila.
— Bueno, mañana te traigo algo de plata. 
— Sí, sí. Porque me los sacan de lamano ¿vió?. Esta raza es muy buscada.
 ¿Qué raza es?
  Es una pulenta, doña.
— ¿Estás seguro que no muerde, no? Mirá que tengo nietos chiquitos.
  Está todo bien. Ladra cuando lo bardea otro perro nada má´. Si pinta algún cobani de la 16. ¿Uste´es del barrio, no?
— Si, ¿porqué?
—¿Conoce al viejo de Ceballo? 
— No, no. Eh, Mig...
— Seee. Ese vigilante... Ese botón nos manda la trulla cuando estamo´ con los pibe´...
— Es un buen hombre. Bueno, quizás tuvo una mala experiencia con algún policía, pobrecito. No es nada.
— Capá. Ah... también si pasa un chabón.
— ¿Chabón?
— Uno de barba. Es nuevo. Anda con un pibito. ¿No lo vió? 
— No.
— Le pusimos Clarquen. 
— No sé quién es.
— Uno que se hace el importante...
— ...
— Empilcha bien como eso periodista de la tele ¿vió? Los sábado juega a Superman con un pibito. Son iguale´. 
— Debe ser su hijo. Bueno querido, mañana te traigo el dinero ¿Cómo se llama? ¿Qué nombre le pusiste?

***

Hace días que no lo veo. Deliberé en garabatear algo en mi cuaderno. No se me ocurre nada. ¿Porque será que el único motor para escribir sea por cosas que no están? Casi siempre escribo de faltas más que de sobras. Uso como arcilla para montar mi escritura las cosas que he perdido: el amor, la ilusión, la juventud, la fé poética. ¿Cómo sería la poesía satisfecha, la poesía del hombre que ha conseguido todo en la vida? 
Extraño a Noche. Bueno, por lo pronto tengo un impulso para escribir. Hace un tiempo que rebuscaba un estímulo.


***
Miguel, que todo lo sabe, me contó que una señora a la que él le arrastra el ala “adoptó” un perro de la calle. 

— ¡Vos sabes que no parece callejero!

Justo ayer observé cómo la señora paseaba por San Juan con Noche atado por una correa. ¡Qué garrón! Al principio dudé. La encaré resuelto e improvisé una explicación. Pretendí revelarle que había sido estafada. La vieja ortiva empezó a vociferar como una loca y unos segundos se arrimó un policia. 
Le manifesté al oficial que me había equivocado y me fui ante la mirada de Noche. Fue como si me expresara “tengo comida y casa. Andá. Me pudrí de revisar los tachos. Discúlpame, amigo, el sistema me derrotó” 
Su atisbo me lo indicó todo. Ningún otro ser humano me había mirado así desde que me mudé. Entre los vecinos sólo me he cruzado con miradas furtivas, o de momentánea alegría, miradas de superficie, más o menos mentidas. Miradas inquisitivas. 
Noche me miró a los ojos largo tiempo y esperó que yo le correspondiera con una mirada igualmente honesta, honrada, profunda, interesada, curiosa, digna. Con una mirada perruna. 
La vieja con su dinero compró un muy buen perro, el cariño por Noche y el tiempo dirán si compró además el meneo de su cola.






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