En una ciudad como Mar del Plata que en invierno se desmoronaba entre las grietas de lo rutinario, floreció hace doce años "La Prosa Mutante", un ciclo de lecturas literarias que rompe con todos los convencionalismos. No es solo un evento; es un manifiesto de rebeldía literaria, una fiesta descontracturada donde las palabras desbordan y los libros dejaban de ser solo objetos, convirtiéndose en arte rebelde.
En una noche de enero cuando recibí una nueva invitación para formar parte de este festejo dije SI, sin pensarlo. Acá no se habla de reglas, solo de lo que no se puede decir. El mensaje de la Prosa es claro: es un llamado a lo desobediente, a lo irreverente.
Cuando
llegué por primera vez al hostel, sentí la atmósfera de un laboratorio de
experimentos más que una sala de lectura. Un público diverso que se movía entre
el salón y el patio con pileta, mientras las luces parpadeaban en colores que
no existían en los diccionarios. La energía era algo indescriptible, como si
cada rincón del lugar respirara creatividad pura.
Me presentó Juan Miguel y al sumarme al escenario, mi mente era un torbellino. Soy periodista, sí, pero también soy alguien que escribe con la necesidad de saltarme las convenciones. La sala se llenó de murmullos y risas expectantes. De pronto, me lancé a contar una historia que desbordaba lo absurdo: un reportaje sobre un hombre que quería entrevistar a un caracol filosófico, solo para descubrir que el caracol, en realidad, era un agente secreto intergaláctico disfrazado de molusco. La risa no se hizo esperar, y aquello se convirtió en un desmadre literario.
A cada
palabra que pronunciaba, sentía cómo la atmósfera se electrificaba. La prosa
mutante no pide explicaciones, solo desborda emociones, imágenes y caos. Es un
acto de liberación. Aquí no hay espacio para el aburrimiento ni para la
corrección política. Cada uno de nosotros, escritor y público, somos
co-creadores de un universo paralelo, un lugar donde la literatura no tiene
miedo a ser imperfecta ni desordenada.
Recuerdo que al final de la noche, no hubo aplausos ni discursos solemnes. Solo abrazos, risas y promesas de seguir mutando juntos, de seguir cuestionando las formas establecidas y de dar espacio a lo que siempre estuvo en el margen de la cultura literaria convencional.
"Gracias por sumarte a La Prosa Mutante", me dijo Juan Miguel mientras me ofrecía una cerveza artesanal. "La próxima vez, esperamos algo aún más raro". Y así, entre carcajadas y cuentos de otras dimensiones, entendí que había sido parte de algo mucho más grande: un ciclo literario donde lo único mutante era la libertad para crear
La
Prosa Mutante no es solo un ciclo de lecturas. Es un refugio contracultural, un
grito de independencia literaria en un mundo que pide a gritos nuevos
narradores, nuevas voces, nuevas realidades. Y aquella noche de invierno
mientras me alejaba del hostel, aún con la cerveza en la mano, sabía que este
era solo el comienzo de una aventura literaria que desbordaría los límites de
la imaginación.
Toda
revolución, todo movimiento disruptivo parece imposible al comienzo y, tras su
ocurrencia con los hechos consumados, descubrimos que la Prosa mutante era
inevitable.