La
llamé a casa como todas las navidades (ella no se hubiese habituado a un
teléfono móvil). Atendió la misma voz carrasposa de todos los diciembres. Esta
vez, me expuso que conocía a alguien que podía ayudarme. ¿A mí? ¿Quién se cree
que es?
La
llamé como todas las navidades con #31# para que no sepa de donde llamo. Ya
voy, ya voy. La llamé como todas las navidades porque… La voz de esa mujer
usurpó la línea. Hace nueve años que atiende un teléfono que no es suyo.
Debería haber una ley que impida utilizar un número que fue de otra persona. Es
como si alguien de más o menos mí edad y mis rasgos físicos resulte el dueño de
mi número de DNI.
La
llamé porque lo paladeo segundo a segundo, hasta que llega el "ya le dije
que aquí no vive ninguna..." porque hay un hálito, como el soplo
precedente a otro ataque, el temblequeo, ese fárrago de placer y dolor, donde
imagino que me ella me dirá: “Hola hijo, ya te voy a buscar”
La
llamé porque de repeticiones vivimos, de repeticiones están concebidas las películas
con fotogramas obedientes y mínimamente disímiles que al montarlos dan la idea
de movimiento. Hace años que soy como esas representaciones incrustas, dopado,
inanimado, fuera de foco. Soy sólo una idea de movimiento. Quiero arrojarme al
siguiente fotograma pero la editora es muy celosa de su obra; censura mi propio
film, mi propio largo (corto) metraje con una tijeringa en la mano. Es como mi
propia Miguel Paulino Tato convertida en Super Saiyan Dios con guardapolvo
celeste.
La
llamé porque sé que nada transcendental puede pasar hablando por teléfono. ¿Qué
tiene de malo que tintinee una campanilla? Salvo una llamada en el alba que
comunica el peor desenlace. El resto de las cosas suceden al cortar.
La
llamé porque sé que ya no responderá. La llamé porque hoy fue la última navidad
en marcar 6225790. Voy extrañar esperar. Esperar es lo único que me queda.
Espero, sólo espero. Voy a sepultar los números en el patiecito del taller. A
ver si alguno me lo roba. ¡Que se vayan al carajo, che! Voy a despedir mi
número de siete cifras. El finado Bernabé quería más a sus números que a la
mayoría de las personas. “La decena del veinte es la más salidora, boludo. La
quiero, boludo. Me compré cinco autos”. La llamé porque es el único número que
recuerdo y exteriorizo cuando me piden una cifra de siete dígitos.
La
llamé porque la característica 622 era de Villa Celina, y allí convivíamos los
seres más trastornados y hermosos de La Matanza (avanza). La llamé porque al
marcar (si marcar, así decíamos, ¡que me miras! Y decíamos tubo también, gil de
goma) el 622, mientras el disco del teléfono giraba pesadamente, ¡Ay, qué
primor! pensaba en Rosalía, en su voz al atenderme. Ella era la única que me
tenía en cuenta.
La
llamé porque los ocho segundos (los conté, si lo hago más rápido serán siete y
el cosmos maniobrará a mi favor) que tardo en tocar los numeritos en el celular
que encontré en el patiecito del taller son maravillosos. Es como el último
chute, el pico que se pegó Séneca cuando dijo que es más deseable una hermosa
muerte que una larga vida. La daga ya no tiene filo, rebota en mi piel curtida,
cubierta de la mierda de este lugar, de los golpes, del barro de la General
Paz, del off y de teléfonos que suenan en habitaciones vacías. La llamé porque
quiero decirle algo en secreto (quiero ir adonde vos estas) Tengo el atajo
hacia ella en la tijeringa de la Tato. La llamé porque si yo no hiciera al
menos una locura por año, me volvería loco.
Sos unico en vos la locura es una virtud
ResponderEliminarNecesito firmar o sabes quien soy
EliminarMe gustaria saber quien sos
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