Con unos compañeros de colegio fuimos de vacaciones al camping de El Faro en Mar del Plata. La segunda noche decidimos presenciar el programa de radio La Venganza será terrible que se transmitía desde el Torres de Manantiales. Al finalizar la emisión, la vi entre el público. Me acerqué para pedirle una foto y ella aceptó. Supongo que a cada quien le corresponde su milagro.
Íbamos a la playa por la tarde y a escuchar a Dolina por la noche. Nos gustaba, teníamos diecisiete años, curiosidad y rebeldía. Despreciábamos con brío el ambiente de los boliches de moda. Recuerdo que Orly hizo el fuego y comimos algo a la parrilla junto a Gustavo Cordera que se sumó al fogón y uno de los guitarristas de la Bersuit. Filosofamos sobre los efectos de no dormir. El surrealismo proponía una vigilia, nos dijo el cantante. Del sueño vendrá la verdad del arte.
Tomamos el
colectivo 221. Al bajar me quedé parado sobre la avenida muy jugado, justo en
la curva cerrada de Cabo Corrientes. Mientras me despedía de unas rosarinas
giré y vislumbré una luz que me encandiló.
Un taxi Renault 12 dobló a toda velocidad y me colisionó. Volé como pajarito equivocado de cielo. Dos de mis compañeros se le fueron al humo. Otro se sentó en el muro que circunda la costa mirando al piso. Cuando pude reaccionar, les pedí que lo dejaran ir. El taxista se ofreció a llevarme a un hospital, le dije que no.
Auxiliado por el hombro mis dos compañeros que supieron reaccionar llegamos en el final del programa. Entramos y nos acomodamos donde pudimos. El lugar estaba repleto de gente. Guillermo Stronati me vio desparramado en el piso y me preguntó que me había pasado. Mi pierna estaba muy hinchada y el jardinero de jeans deshilachado. En ese instante ella se acercó.
Llamaron a una ambulancia — Decí que te caíste al ingresar. Sino no te van a atender — me dijo una voz distante.
Personal del hotel me arrimó una silla de ruedas. Alejandro Dolina vio el alboroto, se aproximó y me dijo algo que no recuerdo, me quedé mirando su sombrero. Sin embargo, con un gesto me dio tranquilidad.
Unos minutos después llegó un camillero que me llevó hasta el vehículo de emergencias médicas. Ella subió conmigo. Se afirmó en una butaca mínima y observaba mi pulsera de ingreso al camping, mientras que el médico cortaba con una tijera el jeans del tobillo hasta la rodilla. Estuvimos allí unos minutos o una eternidad.
El especialista descartó una fractura. Me inyectó un calmante y me dio unas indicaciones. A ella le hablé con el coraje que me brindaba haber tomado unas copas demás.
Al bajar de la ambulancia, que permaneció cerrada mientras me atendían, dos de mis compañeros de colegio estaban en la antesala más preocupados por saber que había pasado con ella que el estado de mi pierna.
Unos días después, cumplí dieciocho años. Mi mamá vivía cerca de Manantiales y se avecinó al programa con una carta de agradecimiento. Dolina la leyó al aire. En la mesa me saludaron por mi cumpleaños, bromearon sobre el yeso (estaba fracturado desde el minuto uno) y alguien dijo que podría salvarme de la colimba.
TORTONI
El 18 de julio
del mismo año fui al Café Tortoni. Ese día colgaron un cartel en la entrada. Se
había suspendido la emisión por el atentado que sufrió la AMIA. Retorné a los
dos días, el 20, día del amigo. Fui con la foto revelada decidido a retomar el
diálogo con esa chica que conocí en el verano. Intercambiamos unas palabras, me
preguntó por mi pierna y escribió algo en el dorso de la fotografía.
GRACIAS POR ESTO
Y POR LO QUE
VIENE...
En este día...
Felicidades!!!
LALA
20/7/1994
¿Qué vendría? Al verano siguiente regresé al Torres de Manantiales. Ya no estaban mis compañeros de colegio. En un salón colmado, y con gente rodeándola, se hizo un espacio para saludarme. Lala era la productora del programa más escuchado de la medianoche. Enseguida se acercó Dolina y se fueron juntos.
Siempre me pregunté qué habría sido de ella. En el verano de 1999, Fito Contessi un hermano marplatense, me hizo un regaló invaluable: la opereta criolla "Lo que me costó el amor de Laura" Allí podría estar mí respuesta.
En ésta tarde me entregué a escribir tal vez porque llueve, mientras suena una vieja grabación. Decidí transitar por una travesía de ensueño. Un viaje subido al eco de una ambulancia recóndita. Lala fue cómo una sirena sobre un manantial de aguas pétreas. En sus ojos residió todo el centelleo que aletargó mi dolor como el más efectivo de los calmantes. Supongo que a cada quien le corresponde su milagro.
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