“Qué pequeña es
la luz de los faros de quien sueña con la libertad”
Joaquín Sabina
Esta semana me preguntaban ¿Qué es hacer un programa de radio? ¿Qué es lo que se siente? ¿Cuál es la sensación?
En principio hacer un programa de
radio es redimir el regocijo de la mesa larga con familiares
que ya no están. Hacer un programa de radio trae el aroma a queso
rallado que excedía un cubilete, el agua burbujeando y los ravioles que se
sumergían y emergían con idéntico hervor.
En la radio vivimos en tiempo presente porque mañana es sólo un adverbio de tiempo. Me siento privilegiado de haber encontrado en la radio a mis amigos, a Nene, a Dieguito Lizarazu, a Evangelina, a Gloria Alderete, al Chelo Hagen. Dicen los que saben que la amistad no se agradece, se corresponde. Espero estar a la altura.
Más allá de lo que suceda al aire los
siento verdaderos amigos. — El aire es sagrado— me dijo Jorge Puccinelli, y
¡cuánta sabiduría en sus palabras! Al encenderse el cartel purpúreo de aire, se ilumina el estudio con la luz que alumbra ésta sangre de hoy. El aire del vivo es adrenalina, encantamiento, vértigo y magia.
Somos muy feliz al recibir los mensajes de Norma de San Carlos, Marisa y Fernando de Lobería, Paula y Cristian de Lugano y Maite de Balcarce. Mario, Lidia, Gloria, Gabriela, Vito, Vicente de la Feliz y Seba de España, entre otros. Muchísimos oyentes que encienden la radio y sintonizan el programa desde Capital Federal a Barcelona, desde Tres Arroyos a Benito Juárez, pasando por Pinamar y San Cayetano. Maite nos escribe desde la pampa serrana — queda corto el programa, quisiéramos escucharlos más tiempo — y nos encanta saberlo. Por privado me han preguntado acerca de la actualidad, los temas que colman los portales, los canales de televisión y los diarios. No puedo esquivar el bulto.
Durante muchos años cubrí como periodista parlamentario el Congreso de la Nación. Recorrí horas y horas por los pasadizos y recovecos del Palacio en el barrio de Balvanera. Calles donde pululan los cafés y la rosca como partículas en el viento. Me apasionaba mi trabajo de periodista, lo hacía con profesionalismo. Escribí cientos de crónicas sobre proyectos de ley, de resolución y pedidos de informes. Siempre a la búsqueda de los textos de dictámenes en mayoría y minoría reñidos en comisiones y sesiones maratónicas de hasta veinte horas de debate. De manera autómata me asomaba por el palco de prensa y advertía las fisonomías de los diputados y senadores de la Nación para conjeturar si habría o no quorum. A veces las maravillas de la vida se nos escapan por la cómoda trampa de la rutina. En esas locuciones incrustas no he topado jamás con soplos que emparden al espíritu de los oyentes de “Faltaba Más” en particular y de la radio en general.
Un síntoma de que te acercas a una crisis nerviosa es creer que tu trabajo es tremendamente importante. Cuando uno vive situaciones enmarañadas empieza a valorar las cosas simples y vitales. Una mañana entendí que la ansiedad no está acá, está en el futuro. En esas horas revelé que lo significativo no era mi trabajo, no eran el tratamiento de leyes ni el análisis de la letra chica. Lo cardinal era ver sonreír a Julián y comprendí que la paz comienza con una sonrisa.
La radio me dio mucho más de lo que puedo brindar y sobre todo los oyentes, el corazón de la radio, que nos escuchan con tanta atención. Pienso en Nene, productora de Faltaba más, curadora de canciones, madre del alma, compañera, quien me sostuvo cuando el vacío y la orfandad envolvieron mis días con un manto sombrío. Ella me sirvió un té de durazno, corrió las cortinas y como ritual de iniciación frotó la lámpara de su erudición y me dijo —Tenes que volver a la radio, es lo que te gusta. Tu vieja lo hubiese querido así —
Seleccionamos juntos canciones y moldeamos cada emisión, sección por sección. ¿Cómo venís con el programa? ¿Ya tenés las canciones? ¿Cómo venís con los textos? me pregunta Nene. Juntos creamos una redacción móvil en algún café de la ciudad para producir el mejor programa posible.
Durante dos horas con Nene (hoy cumple 83 años) y Dieguito Lizarazu no nos perdernos de las pequeñas alegrías de la vida mientras otros esperan la gran felicidad. Hacemos el programa por oyentes como Mariquita que con sus 93 abriles aprendió a tocar el piano y tiene mucho más para contarnos que todas las crónicas que podamos compartir cada domingo.
La épica de una novela belicosa o un cuento enternecedor puede que tengan una ascendencia calificada pero cuando la historia es narrada con la humanidad conmovedora de la oralidad, cuando la historia está franqueada por la piel del intérprete siento que desmantela todo juicio, se queman todos los papeles de la académica pacata y guardiana de la “buena escritura”.
A veces me pregunto si ¿en la filiación de cada oyente con las historias, las reflexiones y la musicalización están reflejados sus anhelos? Aunque quede ridículo que lo diga, con simplicidad, uno siempre anda buscando los orígenes, su identidad. Les agradezco el infinito e incondicional acompañamiento de cada domingo. Más allá de la religión que cada uno pueda profesar quiero desearles felices fiestas.
Hasta el año que viene. Recuerden que la poesía, se encarne donde se encarne, tiene que trabajar recuperando la alegría. Gracias!
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