10 de noviembre de 2018

BERRETINES DE PAPÁ


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El sábado, después del programa de radio, jugamos a la pelota toda la tarde. A la nochecita nos fuimos a bañar y encaramos para el Teatro Opera. Ivan Noble: 25 Años.
Al ingresar me temblaban las piernas. Butacas pulcras, agua mineral, una Coca de 600, pelos húmedos y aromas de perfumes entreverados. Un público que rondaba los treinta y cinco años promedio. ¡Cómo cambiaron los tiempos!

Vi dos remeras de Caballeros, ojos vidriosos de algún veterano como yo, mujeres muy hermosas y pocos niños. Hasta Benito, dicho por el mismo Noble, reconoció que no iba a presenciar el recital de su viejo porque se aburre. July advirtió que la noche seria larga. Reconozco que bancó el berretín de papá.
Iván repasó sus canciones emblemáticas. “Fulanos de Nadie”, “Jueves”, “Hasta estallar”, “Bienvenito”, “Perdido por Perdido” son algunos de los temas que coree. Justo al lado nuestro acerté con Martin Porcel de Peralta y su mujer. Les pedí si podían mirar a July que dormía plácidamente.

Me acerqué hasta el escenario en una canción: “Luces de Bar”. El momento más emotivo del recital. Retorné a mi butaca con un video en la memoria del celular e imágenes sobre lienzo como un bálsamo en el alma.
Julián se despertó con “Avanti Morocha” — ¡Esta la conozco, pa! Esto del atardecer de la vida me empieza a sentar bien.

Persistentemente vamos a peregrinar por los mismos shows, los mismos temas, las canciones que nos atraviesan. Porque como entonaba Larralde, en el canto verdadero se van repitiendo huellas. Mientras «las gentes salen a morir sus vidas», vuelvo a reelegir los discos que nos hicieron felices. Celebro que desanden las viejas canciones y tornen a los escenarios, porque con ellas regresan los buenos tiempos y el recuerdo de quienes se adelantaron en el viaje. 


Para ser sincero, rebusco en una canción de los Caballeros la senda que perdimos. La trocha de bracear contra las olas. Trepo a mi tabla, entre cerdos y peces, embebido en la efervescencia obstinada de la cultura rock porque somos muchos los que no olvidamos que sólo los peces muertos nadan con la corriente.
Salimos por Corrientes forjando huellas. Caminamos hasta la primera librería abierta. Le regalé “Di Hola”, el nuevo libro de Germán Garmendia, se lo merecía. El Obelisco, mi hijo y yo nos tuteamos con la luna cegada por el resplandor del bajo. Buscamos un taxi que nos lleve a casa. — ¿Ciudad Evita o Madagascar?










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