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El
sábado, después del programa de radio, jugamos a la pelota toda la tarde. A la
nochecita nos fuimos a bañar y encaramos para el Teatro Opera. Ivan Noble: 25
Años.
Al
ingresar me temblaban las piernas. Butacas pulcras, agua mineral, una Coca de
600, pelos húmedos y aromas de perfumes entreverados. Un público que rondaba
los treinta y cinco años promedio. ¡Cómo cambiaron los tiempos!
Vi dos
remeras de Caballeros, ojos vidriosos de algún veterano como yo, mujeres muy
hermosas y pocos niños. Hasta Benito, dicho por el mismo Noble, reconoció que
no iba a presenciar el recital de su viejo porque se aburre. July advirtió que
la noche seria larga. Reconozco que bancó el berretín de papá.
Iván
repasó sus canciones emblemáticas. “Fulanos de Nadie”, “Jueves”, “Hasta
estallar”, “Bienvenito”, “Perdido por Perdido” son algunos de los temas que
coree. Justo al lado nuestro acerté con Martin Porcel de Peralta y su mujer.
Les pedí si podían mirar a July que dormía plácidamente.
Me
acerqué hasta el escenario en una canción: “Luces de Bar”. El momento más
emotivo del recital. Retorné a mi butaca con un video en la memoria del celular
e imágenes sobre lienzo como un bálsamo en el alma.
Julián
se despertó con “Avanti Morocha” — ¡Esta la conozco, pa! Esto del atardecer de
la vida me empieza a sentar bien.
Persistentemente
vamos a peregrinar por los mismos shows, los mismos temas, las canciones que
nos atraviesan. Porque como entonaba Larralde, en el canto verdadero se van
repitiendo huellas. Mientras «las gentes salen a morir sus vidas», vuelvo a
reelegir los discos que nos hicieron felices. Celebro que desanden las viejas
canciones y tornen a los escenarios, porque con ellas regresan los buenos
tiempos y el recuerdo de quienes se adelantaron en el viaje.
Para ser sincero, rebusco en una canción de los Caballeros la senda que perdimos. La trocha de bracear contra las olas. Trepo a mi tabla, entre cerdos y peces, embebido en la efervescencia obstinada de la cultura rock porque somos muchos los que no olvidamos que sólo los peces muertos nadan con la corriente.
Para ser sincero, rebusco en una canción de los Caballeros la senda que perdimos. La trocha de bracear contra las olas. Trepo a mi tabla, entre cerdos y peces, embebido en la efervescencia obstinada de la cultura rock porque somos muchos los que no olvidamos que sólo los peces muertos nadan con la corriente.
Salimos
por Corrientes forjando huellas. Caminamos hasta la primera librería abierta.
Le regalé “Di Hola”, el nuevo libro de Germán Garmendia, se lo merecía. El
Obelisco, mi hijo y yo nos tuteamos con la luna cegada por el resplandor del
bajo. Buscamos un taxi que nos lleve a casa. — ¿Ciudad Evita o Madagascar?
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