Primer día
de clase. A las corridas para llegar al acto de inicio del ciclo escolar. Con
los quilombos de todo ciudadano de a pie que sobrevive en una metrópoli como
Buenos Aires. Enredado en el stress y el tránsito de las grandes urbes.
El año
pasado, conversando con la señorita de sala de cuatro, a partir de una
notificación por un tema de Julián, supe la historia de Alejo. Su papá no vive
en Argentina. Su papá se fue un día y no volvió más.
En un
momento de la ceremonia, Julián se acercó hasta mí de la mano de un
compañerito. Era Alejo. Una ternura de pibe. Me saludó con un beso y me dijo
"hoy viene mi papá también". Lo mire y sonreí. Creí que su padre
vendría. Lo dijo convencido. Ingresaron los abanderados, entonamos el Himno
Nacional. Alejo curioseaba hacia la puerta de entrada de la escuela. Mientras
los padres y familiares cantábamos "sean eternos los laureles que supimos
conseguir", no podía dejar de
divisarlo y lo canté con más ímpetu de lo habitual. Yo no sé qué entenderá por
Patria un chiquito de cinco años, pero sí sé qué entienden por obstinación
cuando algo anhelan.
Salí del
colegio en camino hacia el trabajo. Subí al auto. En el primer semáforo en rojo
paré y al colocarse en amarillo dos bocinazos de un Volkswagen me hicieron
reaccionar. Debía poner primera y arrancar pero estaba algo aturdido. Miré por
el espejo retrovisor y vi a un hombre calvo, con el ceño fruncido y la cara
desquiciada. El tipo no podía esperar un segundo más. Pensé en Alejo, que a la
luz de los hechos y de su actitud de hoy, bien podría perseverar algo más que
el ansioso conductor del Vento. Hoy la mirada de Alejo me dejó en off
side, sentí que el niño que fui descuidó el registro de avizorar hacia las
puertas sondeando un horizonte en búsqueda de una utopía, de un sueño.
El trip me llevó hasta Estela de Carlotto de manera inherente e ineludible.
Recuerdo cuando dijo "No quería morirme sin abrazarlo y lo voy a
hacer" el mismo día que
iba a conocer a Guido, su nieto, después de 37 años. Fue
un modelo para mí cuando peregriné varios meses los claustros de los tribunales
porteños, en mucho menor escala, ¡claro está!, con la esperanza de lograr un
régimen de visita racional para ver a mi hijo. Recorrí, como en un cuento
kafkiano (sin la arquitectura gótica y romántica de la ciudad de Praga) juzgados
con escaleras estrechas, ascensores abarrotados de abogados, despachos repletos
de expedientes y eternas esperas en los pasillos con vista al techo de chapa
oxidado de un supermercado chino.
En tanto, a
cuatrocientos kilómetros, mi vieja aceptaba con hidalguía la situación.
Naturalizando la sinrazón para no levantar el avispero. Lejos de dramatizar
tejía chalecos, gorras y bufandas para el próximo invierno sin certeza alguna,
de cuando iba a conocer a su nieto "En
una de esas el frío continúa y se lo podes llevar. Por lo que ví en la última
foto que me enviaste el rojito que te terminé, le va a quedar medio
chicón" me decía por teléfono. Sólo Dios sabe por dónde
andaría su cabeza en esos dos largos años.
Pensaba en los hijos de puta que afloran
cuando la vida te pega duro. Los extras de la vida que se
presentan como en un casting de bajo presupuesto de película clase B, que buscan
en la convocatoria una oportunidad para lograr algo de notoriedad.
Confieso que hubo días que miraba alrededor y buscaba un guiño, una señal, un
asistente de cámara, al director que me dijera: "última toma...
Silencio... Grabando…". Pero no fue así. Allí estaban, los mediocres, los que se sacudieron como ratas por tirante para ver que ventaja
podían sacar, desfilando a tribunales a sumar su grano de
arena a un expediente engañoso y embustero, a separar -y esto es lo más grave-
a un bebé de su abuela.
Los protagonistas, en cambio, supieron esperar y contemporizar para actuar con discreción y mesura. Estela, sin dudas, forma parte del segundo lote y nuestro amigo Alejo, también. Él no renuncia a su causa y como un noble caballero sigue mirando hacia la puerta de entrada en cada acto, en cada inicio del ciclo escolar.
Los protagonistas, en cambio, supieron esperar y contemporizar para actuar con discreción y mesura. Estela, sin dudas, forma parte del segundo lote y nuestro amigo Alejo, también. Él no renuncia a su causa y como un noble caballero sigue mirando hacia la puerta de entrada en cada acto, en cada inicio del ciclo escolar.
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