Caravana desde el Sur de la
ciudad, doble combineta de colectivos para llegar hasta el centro como si los
goles solo sumaran si tirábamos tres paredes antes de patear al arco.
Llegamos a Castro Barros 75 con dos bondis: el 80 y el 86. Caímos temprano para comprar las
entradas anticipadas a ocho pesos. Al alcanzar la ventanilla se arrimó un
muchacho grande. Grande para nosotros. Había más gente. Tres chicas de Hurlingham,
unos vagos de Lanús y otro grupo de chabones bien vestidos que compraron y cruzaron
para las vías. El tipo grande nos sonsacó de dónde veníamos y cuando salimos
hacia la calle nos mangueó un trago.
— Somos de Lugano, ¿vo?
Esperó y prendió un cigarro.
— De Hurlingham.
— ¡Hay unas minitas de tu
barrio! — comenté buscando un celestino.
El tipo se quedó callado y
taciturno como tratando de recordar algo. Le invitamos de nuestro Algarves
corazón. Le entró con ganas, trabó una conversación, nos agradeció y se fue.
Hicimos tiempo en la vereda
con las entradas anticipadas en mano. Llegó la hora del show. Ingresamos y a la
hora se encendieron las luces del ring side de la Federación de Box. La banda
abrió con un reggae instrumental. Sobre el escenario, parado frente al
micrófono y mirando a un punto fijo reconocimos al hombre de la vereda, el tipo
de Hurlingham.
Hasta ese momento las figuras
de la música pop y de la escena del rock local eran posters de Pelo para mí.
Escalaban sobre sus ropajes con lentejuelas, afeitados y bien maquillados.
— Mira, el chabón de hoy. ¡Es
el cantante de Las Pelotas, bolo! — me dijo uno de los pibes.
Iniciaron el concierto con «Muchos Mitos». Quedamos hechizados escuchando una música diferente, letárgica, que traía el aliento del mejor Sumo en el groove. Desde aquel recital, «Corderos en la Noche» fue uno de los cassettes que más escuché en ese año 1992 y me aventuro a decir uno de los discos que más oí en mi adolescencia.
No viajamos en el avión de regreso de Perón al país, ni bebimos una ginebra con Luca. Compartimos un Algarves corazón! y un minuto memorable con Alejandro Sokol. El Bocha. Tipo creíble, claro y llano. Sincero, arriba y abajo del escenario. Otro mito. Muchos, tantos, que ya perdí la cuenta.
Iniciaron el concierto con «Muchos Mitos». Quedamos hechizados escuchando una música diferente, letárgica, que traía el aliento del mejor Sumo en el groove. Desde aquel recital, «Corderos en la Noche» fue uno de los cassettes que más escuché en ese año 1992 y me aventuro a decir uno de los discos que más oí en mi adolescencia.
No viajamos en el avión de regreso de Perón al país, ni bebimos una ginebra con Luca. Compartimos un Algarves corazón! y un minuto memorable con Alejandro Sokol. El Bocha. Tipo creíble, claro y llano. Sincero, arriba y abajo del escenario. Otro mito. Muchos, tantos, que ya perdí la cuenta.
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