La
espera bajo la lluvia le dio un soplo de deja vu a nuestra primera cita. No me
dominó la impaciencia. Me entretuve hablando con Chiche a quien había conocido
diez minutos antes. Ella llegó en taxi con un paraguas rojo y un talante que
irradió aún más el pasaje San Ignacio. No podía dejar de mirarla. Me sedujo al
instante.
Pedimos
dos camparis y el temario se abrió con la fluidez del agua entre las rocas. Fue
todo tan atípico que me aflojé hasta inclinar los hombros y el espíritu hacia
su boca. Me entregué a su embrujo. Una caricia en la mejilla y una conversación
abierta generó un interrogante: ¿será real? Salimos y caminamos bajo la lluvia
acobijados por el paraguas rojo y un andar de no ser de ahí.
La
llovizna me insinuó el comienzo de una historia, al tiempo que un temor me
sujetaba y las palabras asilaban mansamente por el cordón. El corazón golpeaba
cómo olas a la escollera y ella me cedió una mirada inesperada. Nadie logra
ocultar nada cuando mira directo a los ojos.
De esta
pluma solo brota inspiración hasta el próximo encuentro. El encuentro de los
besos y los cuerpos.
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