9 de febrero de 2015

REMEMBRANZA




Había una vez una ciudad donde pocos se animaban a tocar rock ´n roll. Había una vez un país que bailaba al ritmo de Alcides, Pocho La Pantera y Technotronic. También había recitales, como los de Obras Sanitarias, que albergaba a los que transitábamos en el ostracismo de los sin jopo. Mucho antes de que los shows de rock fueran parte de una kermesse con cuatro escenarios con venta de pochoclos; hubo una noche de 1991 donde unos pibes de Villa Devoto homenajearon a los más grandes: Los Rolling Stones.

Profetizando lo que vendría, los Ratones fueron la antesala del desembarco de sus majestades satánicas y la fiebre rolinga noventosa. “Esta noche toca Juanse y el año que viene tocan los Eston” cantábamos. Ante tanto aniversario dando vuelta por la net quería recordar el 9 de febrero de 1995. La noche que tocaron por primera vez los Stones en la Argentina. Todavía conservo las entradas de los cinco conciertos que dieron en ese verano de entusiasmo menemista, ritmo de la noche y el uno a uno.
Pasaron 20 años... Acá estamos. Demasiado jóvenes para morir y demasiado viejos para el rocanrol. No es fácil ser joven, pero ser adulto, tampoco. Yo, por lo pronto, hice un bollo con el plano... pero sigo buscando el tesoro.





15 de enero de 2015

REGADA POR EL RIO


Tu cabellera bruñida 
moldeada en el suelo
secándose sobre el muelle,
 
regada por el río.

El aire del Delta 
arría tus oídos,
Tus ojos, la puerta
 
a un alma sin bullicio.

Tus labios como sendas 
hacia un viaje al infinito,
Boleto sin SUBE a tus besos
con clemencia a San Benito.

Llega un barco distinguido 
con una melodía como timón,
La mirada más bella del firmamento:
ojos de cielo como lumbreras a tu corazón.










4 de enero de 2015

MARIANNE´S SONG







- Yo no puedo continuar así. Siento que la relación siempre está en riesgo. No digo que los clientes dejen de mirarte, digo que cambies un poco la actitud - pidió Keith.
- ¿Mi actitud? ¡Por favor!
- Sí, tu actitud. Una cosa es ser amable y otra es sonreírles a todos como si los conocieras de toda la vida. Ahí lo tenés al gordo...
- ¿Qué gordo?
- El de la mesa ocho, al lado del espejo, te mira de arriba abajo. ¿No te das cuenta?
- El gordo, como vos lo llamás, es directivo de una discográfica - aclaró Marianne.
- Jodeme.
- No te jodo. Me ofreció un contrató para grabar dos temas. El gordo, como vos lo desacreditás, me consiguió una entrevista con el fuckin Rick Rubin.
- ¡Rick Rubin!- exclamó el joven.
- Sí, ahí lo tenés al “gordo” que mira de arriba abajo.
- ¡Mi amor! ¡No lo sabía!
- ¿Cómo ibas a saberlo? Si ni siqui...
- ¿Dónde te escuchó? - cortó Keith.
- En el Princess Louise.
- ¿La noche que fuiste a ver a Rose?
- Sí, esa noche. Subí a zapar dos canciones.
- ¡No te puedo creer! Contáme más – sostuvo ansioso el joven.
- No me acuerdo muy bien. Habíamos tomado unas cuantas cervezas. El tipo me vio cantar y le gustó mi voz. Qué se yo. Pensé que era otro pesado jugando al cazador de talentos.
- ¡Increíble! ¿Por qué no me contás estas cosas?
- Te lo iba a decir hoy.
- ¿Hoy?
- Sí, hoy al salir del trabajo para el show. Era una sorpresa.
- No sé. La verdad que me haces dudar, amor.
- ¿Dudar? Mira, estoy cansada de tus dudas y no me digas amor con ese tonito irónico. Me molesta ¿sabés?- apuró Marianne.

El "gordo" se juntó a cenar en el Princess Louise con colegas luego de un intenso día de trabajo. Marianne fue a ver a Rose, una amiga de la primaria que se presentaba con su banda de covers. En un momento Rose invitó a Marianne a subir al escenario e improvisaron a dúo The first cut is the deepest.
Al finalizar la zapada, Marianne descolló con una versión de Woodstock de Joni Mitchell. El gordo no era otro que Frankie Glenn, hombre fuerte de Warner Music. El empresario se acercó hasta la mesa donde los músicos repartían unos euros, felicitó a Rose y le dió su tarjeta a Marianne - llamame el miércoles por la tarde – le indicó.

Luego de varias idas y venidas coordinaron una cita en The Dog & Duck donde la joven cantante se gana la vida como camarera y allí el directivo le ofreció una audición para grabar y participar de un compilado de nuevos artistas folk promocionados por la plataforma Warner.
Aclarado el tema, Marianne intentó acercarse y besar a Keith para pacificar el mal momento, el joven se mostró reticente. El veinteañero prendió un cigarrillo que pitó con ganas hasta salir a la vereda donde llovía torrencialmente.
La charla continuó en la calle:
- Tampoco porque te consiguió una entrevista tenés que ser tan simpática con él - insistió Keith con notoria molestia.
- ¡Te expliqué que no fue sólo la propuesta de una entrevista! ¿Acaso sos sordo?
- No soy sordo, entendí todo perfectamente. Todavía no puedo entender porque vino hasta acá.  ¿Acaso no tiene una oficina? – ironizó.
- Keith, por favor. No tenés paz. Te expliqué cómo fueron las cosas. Siempre lo mismo. Sino no es un cliente que me deja flores, es el escote o mi "actitud". Es agobiante ésta situación. Estoy cansada de tu paranoia… No puedo mostrarte una canción…
- ¡¿Compusiste una canción nueva?! - interrumpió el músico al tiempo que envolvía a Marianne con su campera de lluvia - ¿Por qué no me la enseñaste?
- Porque todas mis canciones son comerciales para vos – renegó Marianne mientras paraban a un taxi que transitaba por Carnaby Street en la tarde encapotada.
 - Hasta el Festival de Glastonbury. ¿Sabe cómo ir?- dijo el rocker con arrogancia.
- Buenas tardes – contestó el taxista dejando en evidencia la insolencia de Keith – Sé cómo ir ¿Por cuál de los accesos prefiere ingresar?
- Yo le aviso – respondió Keith y se inclinó para tomar a escondidas.
- Perdón, seré curioso ¿Usted es Keith Jones? – consultó el conductor.
- Sí - se escuchó por lo bajo.
- ¿Le puedo pedir un autógrafo para mi hijo?
- Sí, claro. ¿Tiene un bolígrafo? El mío es hueco, ja - sostuvo socarrón.
- Keith, siento que me ahogo – continúo Marianne afligida - Es como que no puedo ser sincera con vos ¿comprendés? Hace tres años que espero esta oportunidad. Necesito que me apoyes, que seas maduro. Es muy cómodo opinar desde tu lugar. ¡No seas tan egoísta!

Marianne sintió alivio luego de explayarse. Keith no respondió. Apenas podía modular palabras sueltas. Llegaron en silencio hasta el predio de Pilto, Somerset.
La joven deseaba ver en vivo a los Artics Monkeys, no era un buen momento para tomar decisiones. Optó esperar. Ella alentó a su pareja y lo acompañó en todo el proceso de grabación del disco debut de Bombay Bicycle Club, la banda de Keith. Marianne estuvo junto a su novio cuando le confirmaron que abrirían para los Artics y fue quien lo asistió en cada recaída luego de un pertinaz tratamiento por su adicción a la cocaína. La mesera del The Dog & Duck vislumbró que su cariño se diluía poco a poco y la fascinación del comienzo se trocaba en competencia. Su corazón naufragaba y no sabía cómo poner el punto final.
Llegaron al concierto, a Keith lo esperaban dos periodistas gráficos, un móvil de radio que aguardaba por una nota para salir en vivo y las cámaras de ITV, Channel 4 y FIVE.
Marianne se alejó de los micrófonos. La muchacha decidió seguir la escena apoyada en la puerta del camarín principal. Ella escondía su enojo y bufoneaba con los asistentes, hacía bromas sobre el aguacero y todos reían a su alrededor. Keith, por su parte, exponía ante las cámaras con torpeza. El músico no lograba hilvanar una frase ante las preguntas de los medios.
El locutor anunció la iniciación del show. El predio estaba rebosante. Antes de subir al escenario, la jefa de prensa de Universal Music les comunicó que Regada River, el nuevo corte, había ingresado en los charts de la Revista Billboard. Keith sonrió, abrazó a sus compañeros de banda y buscó con la mirada a Marianne que fumaba entre bambalinas.
Sonaron los primeros acordes de Regada River, el nuevo hit. La letra y la melodía fueron escritas después de un viaje de Marianne y Keith a la Argentina. "Tu cabellera bruñida moldeada en el suelo / secándose sobre el muelle, regada por el río. El aire del Delta / arría tus oídos. Tus ojos, la puerta a un alma sin bullicio” susurra Keith y describe con un registro personal un proscenio agreste donde la confluencia de dos almas enamoradas coexisten en un trance sobre una melodía que recuerda a la intro de Let it be.
La multitud estalló en un grito unánime. Marianne examinó con entusiasmo un nuevo mensaje de Frankie en el whatsapp. En ese instante, mientras respondía con emoticones, la joven reemplazó su foto de perfil con Keith por una imagen de Dixie, su gato persa. Marianne abrigó el vacío del desamor, eso que no se elige, eso que sucede.
El último ápice de ternura se disipaba bajo el cielo londinense y el sol del atardecer evocaba en su paleta de colores el horizonte del Delta, mientras la luna encogida anunciaba el desenlace de lo que podría haber sido una gran historia de amor.







24 de diciembre de 2014

DESEO DE NAVIDAD





La historia se remoza cada año. La canción es la misma. La ciudad amanece en instagram y se apaga en el nuevo Samsung Galaxy. Y siempre están ellos, los sin techo, los outsiders del sistema, los que miran con ojos ensombrecidos de resignación.
Espero que hoy cuando levantemos nuestras copas celebrando la nochebuena, recordemos también que hay mucha infancia dispersa por la calle sin copa y sin esperanza. 
Que el 2015 traiga consigo una sociedad más equilibrada y más igual. Ese es mi deseo para éstas fiestas... ¡Salud!




Llegué al locutorio, el 4G en la ciudad funciona cada vez peor. Pedí una computadora para revisar el correo y salvo una, estaban todas ocupadas. Me ubiqué al lado de dos adolescentes, tendrían entre quince y dieciséis años, y mientras abría la página de yahoo, una de ellas dijo - Che Fla, esto no termina más, hace diez minutos que está descargando el programa.
Pensé “estas computadoras deben ser muy lentas, reviso los asuntos en los correos recibidos y si tarda mucho me voy”, pero la voz de esa chica rebotó en mi cabeza: ¡Diez Minutos! Giré y pude ver la impaciencia en sus rostros y mi necesidad de leer los mails quedó en un segundo plano. Recordé algunas esperas que tuve en mi vida, las que me contaron y las que leí.
Una seguidilla de anécdotas resurgió en mi mente. Como un tranvía descarrilado a toda velocidad me fui de las vías y llegué hasta Fabio, el flaco Fabio y su relato recurrente: cómo desde la ratonera en Malvinas esperaban alguna directiva de sus superiores, mientras escuchaban los estallidos de bombas y el vuelo rasante de los aviones ingleses. Si bien estuvo en las islas sesenta días, describía esos momentos como eternos. Irrumpe otro recuerdo: los ojos vidriosos de papá luego de la derrota de Italo Luder ante Alfonsín. Esa noche escuché por primera vez que tuvieron que tolerar dieciocho años para volver a nombrar a Perón. Hasta acá creí que lo peor que podía esperar era el 91 ramal Sarmiento. El mismo trip me condujo a la imagen de Luisito, que recién pudo conocer a su viejo a los seis años. Esperaba ese día con tantas ansias y yo no podía comprenderlo, creo que ninguno de los pibes de la cuadra entendía su sentimiento. Luisito lo idealizaba, siempre nos decía "Va a ver que cuando vuelva mi papá los va a caga´ a palo".
La última vez que lo vieron por el barrio, fue en los campeonatos Evita de fines de los setenta. Pancho, como le decían, era wing izquierdo, tenía una estilo muy personal. Una mezcla de loco Houseman por la insolencia en su juego y el gringo Scotta por la pegada fornida. Me contó el tío Juanqui que la final del torneo se jugó en La Noria, atrás de las piletas. Un partido chivo entre Las Achiras y Urquiza. Finalizó dos a dos. Luego de un alargue enredado (con el público dentro de la cancha) llegaron los penales. Pancho definió la serie picando la pelota por encima del arquero. Francisco volvió una tarde de Navidad. El mito ya no era aquel wing izquierdo. Era un tipo desairado y de aspecto abandonado. Apareció en un Dodge Polara. Nunca voy a olvidar la cara de ese pibe de seis años; era todo felicidad. Las dos amigas sentadas junto a mi box finalmente lograron descargar el bendito programa. La espera que fue motivo de tanto fastidio e impaciencia llegó a su fin. Pensé: “ellas pueden instalar o desinstalar cuando quieran, en cambio en la vida real no existe el CTRL+Z (Deshacer) y tampoco se puede resetear o reiniciar siempre, hay momentos que cuando se pierden ya no vuelven más”. Comprendí, en ese momento, la angustia de Favio por no recibir una directiva en la ratonera y el desaliento de mi viejo ante una derrota electoral. Pero sobre todo recordé el Dodge Polara con Luisito y su papá, en esa Navidad tan esperada. Ellos dos juntos otra vez. Quizás Pancho no sea el mejor ejemplo para un pibe, quizás no debió picar la pelota sobrando al rival, quizás no debió irse un día para no volver. Las viejas del barrio siempre cuentan muchas historias poco verosímiles alrededor del padre de mi amigo de la infancia. No lo sé. Lo que sí sé es que fue el mejor regalo para Luisito en la navidad de 1987.

 


SE VOS ( NO MÁS )












17 de diciembre de 2014

MARCAS INCIPIENTES




Julián no quiere a Joss Stone. Dice que es mi novia porque escucho sus discos. También escucho a Etta James, Mercedes Sosa y Janis Joplin. Pero el problema es con la buena de Stone. Joss es una verdadera soulera que rejuveneció el género más viejo del pop. Su album The Soul Sessions es uno de mis favoritos.
Un sábado a la mañana, mientras mi hijo jugaba con unos lápices, sonaba Joss Stone en el equipo de audio. Acomodaba acá y allá y me topé con la portada del CD arriba del lavarropas toda pintarrajeada con un garabato. Un deja vu me trajo el arte de tapa de un álbum de Julio Iglesias. El cantante personificaba para mis cortos cuatro años, un contendiente directo de mi papá. Era el hombre por el cual suspiraba mi mamá. Sus discos eran una amenaza para mí. Mamá tenía varios vinilos del madrileño y según lo que me cuentan, mis trazos iniciales quedaron inmortalizados sobre la carátula de su LP El amor.

De alguna manera, mis lápices eran como espadas y esas líneas que esgrimía sobre la portada eran el golpe infalible para alejarlo del combinado, de mi casa y sobre todo de mamá.
El día que mi hermana (que vivía aún en casa de mis viejos) preparaba su mudanza, pude reencontrarme con un montículo de discos amontonados en una mesa.
Mezclado entre los vinilos de Cafrune, Los Chalchaleros y Pimpinela, había uno de Julio Iglesias sin la tapa. Sin saberlo había cumplido mi objetivo. Su música seguía allí, su rostro con esa sonrisa de publicidad de dentífrico ya no estaba.

Hace unos días oí en la radio una versión de Iván Noble del tema "Me olvidé de vivir". Resignifiqué su música y agudicé el oído. La letra me llegó de otra manera y deduje que detrás de ese bosquejo irregular y anárquico de mis cuatro años no sólo había matizado mis incipientes trazos, se manifestó el niño a través del complejo de Edipo. Fue una expresión inaugural y comprendí que el cantautor que recibió el Guinness al artista latino que más vinilos y cassettes ha vendido en el mundo, no solo era una fotografía.
Concebí que una canción de Julio Iglesias condensa gran parte de lo que siento hoy, de lo que vivo hoy.
Aquel sábado por la mañana mientras observaba cómo el rostro de Joss Stone se desdibujaba entre los crayones y las fibras en manos de Julián sentí la necesidad de advertirle que eso "no se hace". Imponer autoridad, ser el padre correcto que pone los puntos para el aplauso de los mandatos. Sin embargo el pibe de cuatro años que fui pidió pista. Le alcanzó la tijera al de seis para comenzar a recortar, luego pegar y armar un collage. Nos reímos tirados en el piso mientras sonaba Joss y por la ventana se asomó un rayito de soul.





“De tanto fracasos, de tantos intentos. 
Por querer descubrir cada día algo nuevo…
Me olvidé de vivir”