Había una vez una ciudad donde pocos
se animaban a tocar rocanrol. Había una vez un país que bailaba al ritmo de
Alcides, Pocho La Pantera y Technotronic. También había recitales, como los de
Obras Sanitarias, que albergaba a los que transitábamos en el ostracismo de los
sin jopo. Mucho antes de que los shows de rock fueran parte de una kermesse con
cuatro escenarios con venta de pochoclos; hubo una noche de 1991 donde unos
pibes de Villa Devoto homenajearon a los más grandes: Los Rolling Stones.
Profetizando lo que vendría, los
Ratones fueron la antesala del desembarco de sus majestades satánicas y la
fiebre rolinga noventosa. “Esta noche toca Juanse y el año que viene tocan los
Eston” cantábamos.
Ante tanto aniversario dando vuelta
por la net quería recordar el 7 de noviembre de 1992. La noche que tocó Keith
Richards en la Argentina. Todavía conservo las entradas de los cuatro
conciertos en aquella primavera de entusiasmo menemista, ritmo de la noche y el
uno a uno.
Pasaron 30 años... Acá estamos.
Demasiado jóvenes para morir y demasiado viejos para el rock. No es fácil ser
joven, pero ser adulto, tampoco.
Yo, por lo pronto, hice un bollo con
el plano... pero sigo buscando el tesoro.
Hay canciones que traspasan a sus
creadores. Las tomamos los desangelados, las transformamos en himnos y las
pasamos de generación en generación. Se resignifican, dialogan con la realidad
del momento, despiertan nuevas sensaciones e ideas.
Así fue como la Kermesse
Redonda ocupó de manera natural y con derecho propio un espacio vacío que
no lograban llenar ni siquiera los propios Indio Solari y Skay Beilinson,
quienes en sus respectivos conciertos solistas lógicamente apenas abordan un
puñado de canciones de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota.
El sábado 15 de octubre me lancé hacia
Constitución,
la ex avenida de los boliches, hoy transformada en un itinerario de cafeterías y mueblerías high class. Llegué temprano.
El ex GO! tiene una carga emotiva muy fuerte, fue el reducto donde disfruté la
música en vivo de los Redondos en los años 1994, 1995 y 1996.
Luego, en noviembre de 1996 fui a dos shows maravillosos en el Polideportivo Islas Malvinas, construido para los Juegos Panamericanos.
Más tarde, un impedimento por parte de las autoridades de Olavarría fue la antesala de mi último show de Patricio Rey en el Patinódromo Municipal Adalberto Lugea con la presentación de "Último bondi a Finisterre". En los albores del fin de siglo concluiría un romance que tuvo su bautismo en 1992 en Autopista Center — ¡Tenes que escuchar Oktubre, chabón! — me dijo Selva, una novia de San Telmo.
En GAP me encontré con un público
heterogéneo. Chicos de 22, 23 años y muchachos de cuarenta largos.
En la previa la gente entonó canciones disparadas por un DJ como si el reducto fuera la continuación de sus propios cuartos exponiendo las cicatrices del alma. Mientras escribo reproduzco el setlist del show. Obtuve la lista de temas que me auxilia a escribir sobre mi arrojo.
El show
La asonancia del saxo tenor de Sergio Dawi fue la introducción en lo que prometía sería una gran fiesta. Dawi fue quien llevó adelante la batuta y sus vientos gozaron de la travesía. Fue el anfitrión de la Kermesse que se dirigió al público sólo para anunciar a los cantantes.
El show trajo en cada canción una evocación. A diferencia de los fundamentalistas con la Kermesse sentí que era parte de la banda. Nos invitaron a su celebración. Los fantasmas se hicieron presentes en
la calle Ortega y Gasset que transmutó y
dejó atrás los extintos Sobremonte, Coyote, El Divino, Chocolate, Cabo Suelto y Aquelarre. Constitución, la ex avenida donde desfilaba nuestra euforia adolescente, ahora se aviva de negocios de iluminarias, cafés pitucos y colchones con vista al mar.
Tito Fargo y Sergio Dawi
Leticia Lee y Semilla
Visualicé entre la concurrencia caras entusiastas mirando a la marquesina con las retinas extasiadas. ¡Cuánta agua corrió bajo el puente después de 26 años! Cinco minutos bastan para soñar toda una vida, así de relativo es el tiempo.
La Kermesse tiene la potencia del poder de las canciones. Verlo a Dawi solazar sus cadencias es una sensación intransferible. El ex Dossaxos es el tío experimentado en la cabecera de la
mesa. Semilla Bucciarelli sostiene el groove en su bajo, con una mueca alcanza para vislumbrar su felicidad. El sortilegio de Tito Fargo en las
seis cuerdas factura los mejores riffs ricoteros con una maestría que sacude.
Por último, el público que siempre enriqueció
la torta de los Redondos, entregó el corazón en cada pogo. Allí estaban los mismos de siempre con la vida marcada en la piel aunados con caras nuevas.
Como una procesión de más de tres décadas,
hombres y mujeres llegaron hasta el show con lo que el cuerpo permita.
La Kermesse Redonda es una puesta que trae consigo una ofrenda
entre banderines de colores y alegría sin bardo. Un ritual con una pizca de
nostalgia. La vigencia de unos músicos ecuánimes que sostienen
la leyenda con la pujanza de negras y blancas. Recuerdos que nos conectan con el que fuimos.
La Kermess Redonda
es una puesta que trae una ofrenda
entre banderines de colores
y alegría sin bardo.
El sábado 15 de octubre vi una banda que
funciona sin vedettes, plumas ni egos mal ubicados. Un dispositivo
melodioso que trajo buenos aires a la costa atlántica en pleno Oktubre. Canciones que son nuestras, versiones de
los primeros discos apropiados en la voz de Leticia Lee, el Chino Laborde y Nahuel
Briones con un soplo renovado, sin berretines ni tiranteces.
El sábado me sentí de
20 años por dos horas. Sinceramente, no precisé al Indio Solari al frente de los micrófonos.
Si necesité las canciones como un antídoto, al tiempo que las chicas trepaban al hombro de sus compañeros consignando un grito de esperanza hacia el cielo marplatense.
En mitad del show me senté en las
tribunas. Vi gente
lagrimear. La riqueza de la kermesse es que es
diferente a todo, y uno se entrega a eso. Es dionisiaco, algo pagano que no
tiene explicación, que no tiene dogma, pero que sucede, y cuando sucede no se sabe
bien porque y uno necesita estar ahí.
Una kermesse no es lo
mismo que un parque de diversiones, no encontrarán palos enjabonados ni tías tirando latas. Hay algo sublime que tiene vuelo y magia. Ellos se hacen llamar los decoradores. Solari decía: Los Redondos estamos para saltar por
sobre los decorados del rock y nosotros sorteamos el paso del tiempo por un instante a caballo de melodías que son parte de nuestra piel, esa misma que no nos deja huir.
Mientras le sirvo a Julián unos tostados de jamón y queso escucho a Davoo Xeniexe en su canal de YouTube ¿Qué es lo que seduce a mi hijo ver un chico de 19
años discurrir sobre fútbol en una comunidad virtual?
David “Davoo Xeniexe” logra hechizar a quien lo ve. El mutismo de Julián, ancho en una de las sillas mecedoras, contrasta con la elocuencia del streamer. Las salidas en vivo por Twitch son de hasta cinco horas. No me quejo, juzgo que es mi
manera de conllevar el tiempo de ocio.Miro la
grilla del festival Marea y los mensajes de Whatsapp en el fin de semana XXL.
Debo confesar que disfruté mucho de compartir y aprender con las master class
disparatadas del gran David.
Davoo expone lo que sabe sin solemnidad. En dos "vivos" asimilé nuevos conceptos sobre promedios y estadísticas. “Los chicos después de los veinte minutos se aburren
de cualquier cosa”¿Están seguros?
Mientras recorto los bordes del pan lactal, escucho una voz personal que me deja en off side. Literal, cringe, bro, épico, hater, play wacho, de rúcula, gracias por la sub; franquean su monólogo que se
interrumpe solo para tomar agua de una botella sin etiqueta.
GRIS ATARDECER
Más tarde, sirvo otra ronda de tostados de doble feta mientras el sol cae por la calle Sarmiento. July sonríe. ¿Acaso recibió un mensaje? ¿Estará enamorado? El comunicador 2.0 sabe al dedillo los resortes para pulsar los
intereses de un adolescente y amenizar, al mismo tiempo, una tarde de lluvia y frío
en Mar del Plata.
Davoo Xeneize no necesita más que un micrófono
y quien lo escuche. Es uno de los streamers más reconocidos de la Argentina. Cuenta
con más de 700.000 seguidores en sus perfiles. Hace unos días confesó que no
tiene suerte con las mujeres y solo le interesa el fútbol. Es vehemente con
quienes critican a Juan Riquelme. Román
es su Dios.
Davoo
narra historias donde cuesta pellizcar donde empiezan y donde terminan. Julián me pide coca que tenga
gas que acompaña con galletitas de chocolate Oreo. Acomoda la almohada que
esmeradamente situé para que no se le acalambren las piernas. La adolescencia de mi hijo pateó las puertas del living sin orden de allanamiento. ¿Hay estadísticas y análisis en los streamings? Sí ¿Es entretenido?
También.
Las reacciones de Davoo Xeneixe son la evidencia cabal que los gustos
de los hijos son suyos. Siempre hay un momento en la vida cuando la puerta se abre y deja entrar al futuro.
Antonio Machado trazó en un línea
“Caminante no hay camino, se hace camino al andar” y aquel que recorrió años
erráticos entre pensiones cuartos de hotel mirando Crónica TV sin volumen, apurando una cerveza tibia, podría entender al poeta oriundo de Sevilla.
Cuando trabajé como periodista parlamentario en el Congreso me decían: sultano
reporta a mengano pero tiene "puerto" en perengano. Hoy, lejos
de los pasillos del palacio, juzgo que un puerto es morada encantadora para un
alma cansada de las luchas de la vida.
Vuelvo
al puerto de Mar del Plata, hace 100 años se encendía el motor de la ciudad.
El movimiento de ascenso y descenso del nivel del mar continúa en
marcha. Lo contrario al agua estancada. El agua del océano se agita, nos
sacude, nos interpela en invierno, nos activa en verano. Por eso, cuándo
nos quedamos solos, ante la quietud, ante un corazón que deja de
latir, las olas se siguen allí, moviéndose. Por eso visito a los lobos marinos en su hábitat, un emblema que se mueve en oposición a los lobos
solidificados de la Bristol.
Mi madre me inclinó a regresar a la Feliz.
Mientras acondicionaba mis enseres ella se tomó un buque sin boleto de regreso.
Ella siempre volvía, ella siempre pegaba la vuelta.
Tengo la esperanza que de
tanto comerme con la vista el mar ella aflorará en el horizonte. “Estas en el
borde del continente” me dice Camilo. Es cierto, el poeta siempre acuna una verdad.
Mi primer juguete fue un barco de papel. Un galeón que
abordaba el cordón del pasaje Púan hasta disipar su travesía en el sumidero de
la calle asfaltada. Me gustaría regresar embutido en la pluma
de Melville al barco ballenero comandado por el capitán Ahab, atrapar a Moby
Dick, sin importar la suerte que pueda correr mi pierna.
BARCOS INALCANZABLES
El
barco pirata de los Playmobil fue el viaje a Disney de la primavera
alfonsinista. Puerto se llamaba el boliche Chiclana y Pirovano dónde ella me
miraba, yo la miraba y hasta que un día nos miramos al mismo tiempo.
A poco
menos de un mes de la celebración de “Marea Puerto”, a 100 años del primer
desembarcó en el Puerto de Mar del Plata, tiramos nuestras anclas para detenernos
a pensar ¿Quién desembarcó primero? ¿Qué hecho fundó lo que somos?, ¿los
linajes o los caídos?
Un barco encallado es un buque
que no navega. Hoy, si me quitaran el aire no solo no podría respirar, si me
quitan el micrófono permanecería zozobrando un nuevo feriado marcado en el
almanaque.
Vivimos en una era inalámbrica, los responsables de que tengamos
Internet en casa siguen siendo más de 1.000 millones de metros de cable
submarino. Sí, estamos hipercomunicados. Sin embargo, al pensar en tantos
cables bajo el mar, cavilaba sobre la conversación entre tres tripulantes de la
embarcación a mar abierto en la película Tiburón. Uno de los momentos más
extraordinarios de la historia del cine. El peligro acechaba debajo de la barca
y ellos discutían de chucherías.
La
embarcación no era lo convenientemente fuerte. El personaje interpretado por
Robert Shaw finalmente fue devorado por el tiburón. Esa escena custodió mis noches desde el año 1984 hasta estos días. El implacable cazador de tiburones
Sam Quint acabó con el escualo que amenazaba las costas que terminó con su vida
también. Sus
compañeros de aventura, Martin Brody y Matt Hooper tenían una familia que los
esperaba. Al navegante experimentado lo aguardaba la confusión, una cerveza
tibia, el fulgor de un televisor sin volumen y un colchón sin frazadas. De esto
se trata, que alguien nos espere.
Anoche, mientras el sueño oponía resistencia repasaba pensamientos aleatorios y llegué a la conclusión que desembarcar y hundir los pies en la arena para perderme en la belleza del
océano; eso es ser libre. Hace
100 años y ahora también.
"Toda mi vida aspiré a inventar
un género que tuviera algo de ensayo y algo de cuento, algo de poema y algo de
confesión, más o menos breve y muy libre, en tono aparentemente melancólico
pero envuelto en ligero humor, recurriendo a citas de conocidos y desconocidos
que existieron en la realidad o no, con un estilo perfecto pero que no se note
o que incluso parezca descuidado, como redactado por alguien que lo hiciera
para cumplir un requisito que no puede eludir. Borges lo definió a su manera:
"Preferir las palabras habituales a las palabras asombrosas, intercalar en
un relato rasgos circunstanciales, simular pequeñas incertidumbres, ya que si
la realidad es precisa la memoria no lo es, narrar los hechos como si no se los
entendiera del todo, recordar que las normas anteriores no son obligaciones y
que el tiempo se encargará de abolirlas"
Una suerte de manifiesto de Augusto Monterroso citado por Juan Forn
Hace 123 años nacía un niño que al crecer se amparó en los
libros de la biblioteca de su padre como su verdadero hogar, su efectivo
refugio. Un chico que se destacó en la escritura ante la admiración de Guillermo, su papá y Leonor, su mamá.
A partir de lo que leo en el timeline de facebook hay muchísima más gente que
escribe que la que lee. En palabras de Alejandro Dolina, vivimos una era con más
críticos de tango que bandoneonistas.
La
vidriera virtual, a priori generosa, nos permite mostrar nuestros dones sin
pagar peaje. Donde quebrantan los profesores con
su voz firme “¡no, mira, esto no está bien”
Traigo
en este pensamiento una mala noticia, no todos podemos pintar como Picasso o
escribir como Borges. Aceptarlo
también es una virtud. Lo vemos cada fin de semana: un estadio repleto con
60.000 personas mirando un deporte que juegan 22. No alcanza con el
talento, hay que acompañarlo con trabajo y no alcanza con solo el trabajo,
falta ese no sé qué, que es lo más importante.
Hoy
quería poner el foco en el niño Jorge Luis Borges, en la relación con Leonor
Acevedo, esa mujer que de alguna manera tuvo una vinculo simbiótico con Georgie
(como ella le decía) que falleció cuando Borges tenía 76 años. La mujer que lo
ayudó a escribir el final del cuento La intrusa.
Hablando de finales, quizás no
haya sido la ceguera lo que dejó aturdido a Borges sino la perdida de la mujer
más importante de su vida. Basta leer el "Libro de Arena" de ese mismo año, 1975,
para vislumbrar una prosa más accesible en cuentos como El otro o Ulrica.
Cuando
Borges perdió a su madre sobrellevó una gran perdida y nosotros, como lectores,
ganamos en la lectura de poesías que Borges escribió hasta su muerte. Poemas
a corazón abierto como "El amenazado", "1964", "El
enamorado", "Las causas", "Lo perdido" y
"Ausencia". Georgie se mostró menos y se expuso más.
Si bien
en la década del 40 Borges desplegó toda su potencia narrativa en cuentos como
“El Jardín de los senderos que se bifurcan”, “El Aleph” o “Tlon, Uqbar, Orbis
Tertius” hoy prefiero detenerme el Borges de la pérdida, el
que se quedó en penumbras. Un oscurecer imperecedero y sin Leonor.
En
definitiva, en su puesto de director en la Biblioteca Nacional por un lado o la
humillación de haber sido Inspector de aves, conejos y huevos; el escritor que
no ganó el premio Nobel. El que compartió un premio con
Beckett y el Cervantes con un ignoto Gerardo Diego que se nutrió de las librerías
de Avenida Corrientes y como un niño que se entretiene con la plastilina.
Al
final del camino nos confirió una frase como una flecha: He cometido el peor de
los pecados que un hombre puede cometer. No he sido feliz.
Lejos
de analizar su retórica, así como nosotros queríamos ser vaqueros, Borges quería ser un cuchillero de los arrabales porteños de fines
del siglo XIX. No para lapidar a otros sino para sentirse fuerte y vigoroso. El
cuchillo fue su pluma y en esa pluma encontró su estilo y su forma de ver el mundo.
CEGUERA
En el
año 53 perdió la vista y devino en un conferencista de pequeños teatros, no cómo podría ser Darío Z o Gabriel Rolón. Un
conferencista que recorría Pehuajó o Chivilcoy y hablaba para 10 o 15 personas
sobre Chesterton, Byron o Schopenhauer.
Jorge
Luis Borges nació hace 123 años y se adelantó un siglo. Adjetivó como nadie y
nos engatusó como pocos. Borges nos inspiró a leer autores desconocidos y nos hizo sentir que no estábamos solos en esto de refugiarse en los libros ante la amenaza del mundo.
Borges afincado en Buenos
Aires, en la calle Maipú 994 6° B atendía el mismo el teléfono e invitaba a su
casa a periodista prestigiosos y estudiantes de periodismo a quienes le daba
una nota con el mismo trato, el mismo respeto.
Borges fue políticamente un conservador, un intelectual reaccionario
pero poéticamente fue un revolucionario. Un niño de Buenos Aires que encontró
en los libros su juguete que timó con maestría a los lectores desplegando
historias apócrifas, como si tuviera accedo a google en 1940.
Borges
vivió los últimos 40 años de su vida en la penumbra, en horas
sin sombra y sin embargo iluminó a quienes lo leían, lo querían y lo
envolvieron de ternura a través de la lectura de sus relatos.
“Calamaro es como Bukowski. Uno lo
lee y dice: así escribe cualquiera. Un poco de sexo, un poco de alcohol,
trabajos mal pagos, frases cortas. Y lo intentás, obvio. Y te sale una mierda
sin nombre”
Cuándo
eras más chico, mamá te venía a buscar. Debo reconocer que en términos de
logística era cómodo y simplificaba nuestro traslado. Bajábamos dos pisos por
escalera (¿Acaso allí aprendiste a contar hasta 24?), con tus muñecos, la mochila y tus hoyuelos.
Te ibas
despaciosamente. Al regresar y subir los dos pisos me encontraba con otro lote de
juguetes que habías dejado. Si digo que era mucho por ordenar, estaría
exagerando. Con vos
allí, una noche me ganó la ansiedad. Fue el 25 de mayo de 2010.
Tenías dos años y medio. Cenamos fideos tirabuzón con manteca, un poco de
aceite y jugo Tang. Tenía un pañal en la recamara. Suplicaba que esa noche no
lo necesitaras.
2
En la
televisión de catorce pulgadas transmitían el festejo del Bicentenario. Lo miraba
con cierto recelo. Hacia dos meses había formado parte de una agrupación que me
convocó como tutor de una Escuela de gobierno.
Señores con sus morrales
curtidos, progresismo sobreactuado y plazos fijos voluminosos. "Los pibes por la liberación" de manera unilateral decidieron no pagarme, luego de un trabajo a destajo por toda la
provincia de Buenos Aires. —Es por incompatibilidad con tu
trabajo en ciudad — me dijo alguien que aspiraba ser Ministro de Gobierno y
administrar "la viva" de 135 municipios. Hoy reposa en el
ostracismo.
Terminamos
de cenar y decidí lavar un plato verde de plástico de Ben 10. Quedaban unos
pocos fideos, yo quería dejarlo limpio para cuando te fueras. No era porque me
diera flojera hacerlo, sino porque no quería dejar nada tuyo por limpiar. Ver
tus cosas me partía el alma.
Las
Pelotas tocaba su hit "Será" en el escenario de la 9 de Julio. La multitud coreaba el estribillo. En ese momento, escuché: “ma itos” y te
pregunté “¿caballitos?” No, no. “itos” Querías decir "más fideítos".
Saqué los
fideos del tacho de basura. Enjuagué lo que había tirado. Lo
calenté en una olla mientras los juegos artificiales iluminaban el obelisco, al
tiempo que comías con cierta desconfianza. Me sentí digno.
Se termino el horario de visita y te vinieron a buscar. Al subir, vi a Woody y Goofy desparramados en
el piso de parquet. Me desplomé en la única silla firme y me quedé con los
hombros hundidos sobrellevando el vacío de tu ausencia.
Un día
el auto de mamá dejó de venir. Al tener que llevarte las visitas sufrieron un
ajuste. El régimen seguía siendo el mismo y el viaje nos consumía una hora para
ir y otra para volver. Nos pasábamos dos horas arriba del colectivo. Sin
saberlo, amortiguaba el dolor ¿Y por qué digo amortiguaba? Porque te contaba
cuentos, aprendí a disfrutar del viaje como parte de una visita pautada en un
escritorio.
Con la
llegada de mi primer o Km nuestra situación cambió. Tenía que manejar atento al
tránsito, a los camiones en la ruta 2 cuando viajábamos a ver a la abuela a Mar
del Plata. Se acabaron los cuentos. ¿Acaso realmente progresamos?
3
Anoche
viajaste sólo a Buenos Aires por primera vez. Pasamos un fin de semana largo
increíble. Vimos y vivimos juntos: Liverpool vs. Crystal Palace; Almirante
Brown vs. Ferro; Chelsea vs. Nottingham Forest; Chicago vs. Morón; Racing vs.
Boca. ¿El mar? Bien, gracias. Anoche, con tu bolso de mano y un folio con tu
certificado de nacimiento viajaste solito con destino Dellepiane.
La
gestión de anoche también simplifica pasos. Con dos boletos; uno de ida y otro
de vuelta, estuvimos juntos otra vez. Al salir por Luro súbitamente, sentí
frío. Me froté los tobillos y las rodillas. Golpeé las manos, (ninguna mano
aplaude sola) Frente a la pared principal de la terminal, sacudí los brazos
como un espantapájaros. Luché con la rapidez de mi sombra y después recité de un
tirón: “Para entrar en el reino de lo cálido tenemos que aprender a salir de la
frialdad”.
Sentí
una estocada en medio del pecho. Quizás, viajar juntos hasta Buenos Aires
amortigüe el dolor, ¿Acaso viajar es amortiguar el dolor? Antes
de tu partida, subí al micro con la impunidad de los padres empalagosos que
seguimos tratando a nuestros hijos como si fueran niños por siempre.
4
Te di
un abrazo. No me importó que tuvieras vergüenza. Te di un beso y no me importó
que te diera calor. Se me cayeron dos lágrimas y no me importó que me vieras
emocionado. Bajé, el micro salió a horario. Le dije al chofer — es la primera
vez que viaja solo — Al
matrimonio que estaba al lado tuyo le dije — lo miran, viaja solo por primera
vez.
Una
chica muy bonita no me perdía de vista mientras despedía a su novio
indiferente más pendiente de sus auriculares que de su novia. Le habré causado ternura porque
cuando el micro se alejó, lloré como no lo hacía hace mucho tiempo.
5
Cuando
el micro arrancó. Te vi en el reflejo de la ventanilla y sentí un hueco en el pecho indescriptible. Sonaron
Las Pelotas por el altoparlante y recordé a cientos de miles de personas en el
obelisco cantando y saltando en el festejo del Bicentenario.
Me vi con 16 años
pogueando con “Shine” en las Fiestas del Condón Clu. Éramos pocos, lo sé. Ahora
somos menos, sin Biain e Higuain en el fondo, me toca agarrar la cinta de
capitán. Espero poner una pelota en
profundidad, que salga una diagonal para que todos los goles ahora sean tuyos y
ya no tengamos que levantar fideos del tacho por la incompatibilidad de distritos.
Nos visitó Paola Galano periodista y
poeta. Desde 1998 trabaja en el diario La Capital de Mar del Plata. Cubre
noticias del ámbito cultural y del espectáculo. Colaboró con la revista
Sudestada y la revista Ajo. Fue parte de El despeje en Radio De La Azotea 88.7
Fm. Escribió dos poemarios. Nació en el barrio de Termas Huinco, en el puerto
marplatense. Conversamos con Paola sobre periodismo, cultura local y otras
yerbas.