La
verdad siempre se revela cuando ya se ha ido todo el mundo. Después de tres
años de la carta definitiva, la ví entre la muchedumbre de la avenida.
Ella
estaba sola, elegante, meneando el flequillo con un tips que podía distinguir a
muchos metros de distancia. Mientras vacilaba en acercarme, llegó un tipo
arreglado y con un paso resuelto. Ella le otorgó un vistazo de enamorada. El la
observó con ternura. Ella algo retraída se acercó, lo besó en la boca y posó
las manos sobre sus pómulos. Reparé en su anillo cuadriforme y plateado
mientras marchaban como tejiendo un atajo hacia las escaleras del subte. No
quedaron dudas, el lenguaje de la verdad es siempre sencillo.
Atónito
distinguí la cartera negra algo deslucida en la que ella encajó con
fiereza una postal de la Atlántica de Río, una foto de Evita y un pedazo mío
que sucumbía. Yo sabía que al dejarla ir se desmoronaba una relación con
ninguna prisa, besos con risas, y noches sin futuro.
Exhale
pausadamente. Mis piernas temblaban y ansiaban salir de allí. Mi corazón, en
cambio, me ordenaba quedarme un minuto más. Bajé por Carlos Calvo, me perdí
entre las veredas de San Cristóbal y al llegar al departamento mi mujer me
sorprendió en el hall. Me vió llorar y me preguntó si estaba todo bien. No
respondí.
Al
entrar fui directo a la cocina, busqué mi taza y esparcí dos cucharadas de café
con azúcar. Me asaltó un flash back de Pão de Açúcar. Batí y batí a un ritmo
maquinal mientras dos lágrimas auxiliaban la mezcla. Unos minutos después me
restablecí y revelé a mi mujer que estaba todo bien. La besé al tiempo que
tomaba el primer sorbo de café y agasajaba a Cooke, mi perrito pekinés. Durante
años preferí una locura que me ilusione a una verdad que me tumbe.
— Me
separaron de la sección.
— ¿Por
eso estas así?
—
Fueron seis años...
—
Bueno, ya estabas medio podrido de esas notas, o ¿no?
— Si,
en sociedad está Patricia.
— ¿Y
qué tal?
— Buena
mina, labura muy bien. La conozco hace años.
—
¿Menos laburo ahí?
— Es
diferente. Menos egos con que lidiar, más llevadero. Además vamos a poder
viajar.
— ¿Las
vacaciones quedan igual?
— Sí,
sí. Hoy hablé de guita y de eso justamente.
—
Bueno, Mauro. ¿Por qué tan angustiado, entonces?
— Qué
se yo.
—
Cambiá esa cara. Una buena: Rosario va a cuidar a Cooke.
—
Bárbaro, dame fuego.
— Me
confirmo hoy. ¡Estoy feliz! Quiero conocer Río con vos, me dijeron que es un
lugar alucinante…
— Y… Está
bueno.
—
¿Fuiste? No me dijiste eso ¿Cuándo?
— De
pendejo, con los pibes de la secundaria.
— ¡Ay!
¿Con qué plata?
— ...
—
Mostrame fotos.
— Más
tarde.
—
¡Cuánto misterio, Maurin! Yo me encargo de las reservas de los vuelos, el hotel
y las excursiones.
— ...
— Vos
después me decís, dame una seca.
— Lo
que vos elijas estará bien.
***
Después
de diez años de sobriedad y abstinencia el diablillo interno golpeó las puertas
de mi abismo. ¿Dónde buscar?, ¿a quién llamar?, ¿cómo reaparecer en un circuito
infrecuente y hostil? ¿el Melli? No, no.
Pasé la
noche sin dormir. Al día siguiente busqué en la guía de Zona sur: Cristian Gribaudo. Era el. Vacilé un segundo. Lo llame. El Melli
respondió y quedamos en encontrarnos en un bar de la estación de Wilde.
—
¡Cualquiera, tigre!
— Acá
tenes la plata. ¿Qué más queres?
— ¿Qué
quiero? Que te tomes el palo.
— No te
podes negar. Desde cuando sos tan moralista vos.
— ¿Mora
qué? Vos ya no estas para esto, querido...
— ¿Por
qué me hiciste venir hasta acá?
— Te
apreciamos, pensé que venias a vernos. Además la Cata preguntaba por vo´...
—
¡Bueno si me aprecias dame lo que te pido o decime con quien puedo hablar!
—
Porque te aprecio te digo que no. Las cosas cambiaron mucho. Ya no es como
ante´.
— ¿Y
cómo son?
— ¿Cómo
son?, ¿Qué te enseñaron en la faculta´? Te la nombré a la Cata y ni mu.
— No
podía cuidarla, Melli. Vos lo sabes bien. Vine porque confio en vos.
— No te
puedo ayuda´, hermanito. Tomá, esto era de la Cata.
Retorne
de Wilde aturdido y con las manos vacías. Un oso de peluche de mi sobrina era
todo mi bagaje. Di vueltas como un trompo. Ingresé a una iglesia. Lloré como
una mujer. Recordé al padre Tarcisio cuando en la parroquia del barrio me
estimuló a tomar vuelo. — Mauro, te sobra talento. Tenes que estudiar, hijo.
Con las pocas herramientas que tenía resolví continuar
mis estudios y salir de la sordidez que me envolvía. Fue una estupidez regresar
a donde ya no me esperaban. La evocación de Cata me atravesó.
Hace
más de una década, el Melli me intimó que custodiara a su hija cuando quedó
encarcelado. La mamá de Cata desbordada, una noche donde nadie la vigilaba,
tomó de más. La hallé sin vida en el baño. Cata, de ocho años, dormitaba
mientras su mamá fenecía. Sobrepasado por la situación salté corriendo de esa
escena espantosa y no volví jamás.
****
Finalmente
salí de la iglesia luego de la expedición al pasado en el sudeste sombrío.
Cansado de buscar respuestas recordé la canción de Dylan cuando el nobel de
literatura sintió que tocaba las puertas del cielo. “Knock—knock—knockin' on
heaven's door”. Dios no me abrió. Caminé por Lima y entre a una pizzería Ugi´s.
Ordené tres porciones del cuerpo de Cristo y una botella tres cuarto de la
sangre del Señor.
— ¿Dos
o cuatro, amigo?
— ¿Sos
sordo? Tres porciones, te dije.
— ¡Dos
o cuatro, así de corta!
— Eh...
Bueno, dame dos.
Repeat
— Two
or four, my friend?
— Are
you deaf? Three portions, I told you.
— Two
or four, so short!
— Uh...
Well, give me two.
Con la
mirada vacía y acuosa, como la de los peces cuando van ahogándose fuera del
agua, sacié la sed del cuerpo y del alma. A la tercera cerveza acerté con un
discípulo de Wild Wilde que me invitó una copa. Después de una charla extensa
me indicó donde encontrar al Dios que buscaba. El Dios que no interroga y
atiende de lunes a lunes las veinticuatro horas.
—
Decile que vas de parte mía.
— ¿Me
hacen descuento?
— Dale
cabezón, nos vemos.
—
¡Gracias, loco!
— De
nada, compadre.
¡A la
mierda con el Melli! Al calor de los alcoholes los desconocidos se vuelven
amigos. Mientras me encauzaba al encuentro de Dios, recordé que debía preparar
una nota atemporal para la sección sociedad del diario. Tomé mi apuntador y
rasgueé: La Iglesia del Inmaculado Corazón de María es el característico templo
católico que corona el extremo norte de la Plaza Constitución…
— Linda
chicas, eh.
—
¿Viste?
— ...
— Vamos
a lo nuestro... Si queres podes pasar con alguna más tarde.
De una
de las habitaciones irrumpió un ángel regordete duro como sanguche de tortuga
que le habló a Dios al oído. Este cambió su expresión y me apuntó con voz
firme.
— ¿Vos
no sos Mauro, el hermano del Melli?
— No.
— Mira,
papito. No es nada en contra tuya pero tomatela.
— Tengo
plata. ¡Te voy a pagar!
—
Andate antes que los guardianes del cielo se pongan nerviosos.
Ebrio y
entontecido salí del lugar con dificultad. Al subir las escaleras advertí un angelito
muy bonita que me resultó familiar. Ella me observaba mientras escalaba hacia
la puerta de salida. La joven, que no llegaba a los veinte, elevó su brazo
derecho retraídamente y colocó sus dedos en V. Sus ojos se llenaron de
lágrimas.
El aire
de la calle me despabiló en ambiguas horas que mezclan al borracho y al
madrugador. Tomé un taxi — Carlos Calvo y Ceballos, por favor — y apoyé mi
cabeza sobre el oso de peluche.
El
Melli tenía razón, las cosas cambiaron mucho. Ya no son como antes.
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