CAPÍTULO V
La bati señal me advierte que
debo volver. La bati señal no falla, palpita en el pecho. Y hacia allá voy con
el ansia de divisar el mar y la voluntad lisiada que pide entre las cuerdas
llenarse del suspiro de la costa. Extiendo mi brazo izquierdo con impericia y
se me escapa el ticket en el peaje de Hudson. Las cabinas me aciertan a
contramano. Soy inservible con mi mano izquierda y con la derecha también. Como
decía Roberto Fontanarosa, «tengo dos problemas para jugar al fútbol. Uno es la
pierna izquierda. El otro es la pierna derecha.»
- Pa, ¿en qué eras el mejor?
- ¿Qué?
- El mejor. ¿No eras el mejor
en algo?
- Dibujaba más o menos bien.
Me cansa ser mayor. ¿Cuando
salimos al recreo? ¿Cómo acallamos el dolor? Yo quiero mielcitas, mielcitas,
muchas, y salir a jugar. Nadie me dijo que esto sería así. ¡ No
sé qué mierda es madurar! Solo sé que con los años el pibe de adentro se banca
los pelotazos casi sin llorar.
- ¿Y qué más?
- Sabía sacar la sortija.
- ¿Cómo?
- Extendía la mano como
blandengue.
- Blan… ¿qué? ¿Cómo recién?
- Así, sueltita y metía el
batacazo al final.
- Bata-caso.¡Bata, no te hago
caso!
Mi vi trepando por el caballo
gris despintado de la calesita de Sarmiento. Yo quería sacar la sortija, girar
y girar. Maniobrar un Ford Gran Torino como Hutch, pitar un faso como el «El
Rafa» y dejarme crecer el pelo. Me siento estafado. ¿Dónde se puede reclamar?
¡Señores de la Dirección General de Defensa al Consumidor quiero regresar a ser
niño y fantasear con ser mayor! Los adultos parecían felices, che. Nunca volví
a ser feliz como cuando tenía nueve años, esperaba los dibujitos de las cinco
y escuchaba por la ventana "hay orégano, comino, ají molido, pimienta y
pimentón... hay orégano, comino..."
- ¿Qué pasó con Ortigoza?
- Se fue del equipo.
- ¿Adónde se va?
- A comer dos platos de
ravioles.
- Dale, pa. En serio.
- No sé, Valen. A buscar el
peronismo.
- ¡¿Qué?!
***
La vida debería empezar al
revés y dejar la niñez para el final. Quiero que reaparezca mi viejo por la
puerta de “El Ideal”. Degustar una porción de
muzzarella en La Roldana después de la práctica y caminar por Chilavert a tomar el 80. No interesa cuanto haya que esperarlo si estaba con mi viejo. Ni en pedo quería ir en auto. Íbamos juntos, le contaba todo mi día en
el colegio con lujo de detalles. ¡Me sentía tan cuidado, tan mimado! Nada me iba
a pasar, nada. Papá estiraba la mano con el poder de Grayskull de un
colorado corto y paraba el bondi. Esos quince minutos de viaje eran nuestros.
***
- ¿Qué es el peronismo?
- El peronismo, es… ¿Qué es
lo que vos…
- Yo pregunté, no vale.
- El peronismo es un derecho.
- No entiendo.
- El peronismo no se explica,
se siente.
- ¿Cómo San Lorenzo?
-¡Exacto, Puchero!
¡Exactamente! - le dije y quise parar el auto para abrazarlo.
***
El capataz del sector me
explicó que no podían hacer nada.
- ¿Tomaba medicamentos?
- Tomaba - le revelé haciendo
la mímica de empinar una copa.
- El cadáver no se descompuso
¿comprende?
- ¡Pero pasaron ocho años!
- Le explico. El alcohol
actúa como formol en los tejidos del estómago, en esa zona todavía… No podemos
hacer nada ¿me entiende?
- Entiendo. Sabe que pasa, mi
mamá y mi hermana vinieron de Mar de Plata únicamente para la exhumación.
- No la podemos hacer, señor.
Lo lamento mucho. No puedo firmar. Si lo sacamos podemos tener problemas.
- ¿Problemas? ¿Por qué?
- Por profanación de tumba,
señor.
***
- ¿Porque somos peronistas,
pa?
- Porque ser peronista es un
deber, por eso somos peronistas.
-...
- ¿Estás bien?
- ¿Falta mucho? Quiero hacer
pis.
- Uy ¡Te pregunte hoy, Valen!
Ahora aguantá, papucho.
- Me hago encima.
- ...
- ¿Quedó coca?
- Sí.
- ¿Me das?
- ¿Y el pis?
- Se me pasó.
***
Yo sabía que no era delito,
además durante dos años, de manera sistemática, llamé para consultar "¿La
fila diez la van a levantar?". Tenía que estar atento para que
los restos no acaben en fosa común. El tipo pretendía un extra y no sabía cómo
pedirlo. Me acerqué hasta la delegación gremial, me tomé dos mates lavados con
azúcar. Veinte minutos después, el capataz y un auxiliar hicieron el
trabajo sucio.
- ¿Qué dicen?
- Nada ma, ya está resuelto.
- ¿Necesitas plata?
- Sí.
Mi vieja no podía volver y tenía que cerrar el tema si o si. Los compañeros fregotearon hueso por hueso y en una bolsa negra de consorcio metieron todo. De ahí encaramos para la urna de mi abuela que estaba en nicho del otro lado del cementerio. Al ver esa escena, pensé que esa mañana me cristianizaría en alcohólico. No estaba solo. Fue vital que estuviera acompañado para soportar ese cuadro tan categórico como real. El objetivo era claro. Cumplir un deseo. Mi viejo pidió estar junto a su madre, cremarlos juntos y esparcir sus cenizas en el mar. Pavada de tarea nos dejó el gordo.
- ¿Cuánto falta?
- 380 kilómetros.
- ¿Cuánto tiempo, pa?
- Cuatro horas, Valentino.
***
Paramos en la Shell de Dolores a cargar nafta. Vi una mina preciosa, me dió vergüenza cuando la morocha presintió que busqué pasar por delante de ella sin porqués. Recordé lo hermoso que es estar enamorado; cuando estuve aferrado por el hechizo de la sonrisa de una mujer pude olvidarme de la muerte. Solo cuando estuve enamorado mi vida se alejó de la cerrazón. Solo el amor pudo atajar el reloj y aproximarme al regocijo del querer. Cuando me enamoré, no quise volver a ser niño.
Ser niño y jugar. Ser adulto
y enamorarse. ¿Ser niño y enamorarse? ¿Ser adulto y jugar? ¡La puta madre! «No
se puede todo» me dice una voz con acento cordobés salida de un holograma simil
Obi-Wan Kenobi flotando en el parabrisas.
Mientras Valen dormía me
castigué con un compilado de Cafrune. Debería escuchar música electrónica. ¡No
te hace extrañar a nadie! Ví el cartel de Vivoratá y no logré angustiarme.
¿Por qué busco sentirme mal con una canción? Después de tres años de análisis, mi
terapeuta me cerceno mi costado melancolizado y mi propensión al regodeo. Hizo
magia con la angustia y la transformó en dolor. Ahora duele, pero no ahoga.
«Así, aun cuando en la vida algún objeto de amor se pierda, podrá vivirse con
la dignidad del dolor, pero sin el regodeo en el goce del sufrimiento».
¡Patapufete! En esa sesión memorable hubiese correspondió abonar los honorarios
en euros más dos kilos de milanesa de peceto.
- Valen, llegamos.
- ...
- Despertate, Puchero.
- Pa, pa. La abuel... ¿La
llamo a la abuela?
- No, vamos a caer de
sorpresa.
Ingresamos por Colón y al
doblar por la rotonda de Champagnat sentí que ya no me quedaban lágrimas, «Out
of tears». Me asaltó ese alivio que se siente cuando sabés que diste todo
y ya no esperás nada.
- ¡Llegamos! ¿Ves el mar?
- Sí. ¿Podemos meternos?
- No, hijo. ¿Estás loco? Hace
mucho frío.
- ¡Pero el agua esta
calentita!
- ¡Qué sabes!¡Loquito de la
guerra!
- Dale, pa.
- Mirá. Ahí está el abuelo.
- ¿Donde?
- Ahí, ahí descansa.
Bajé bolsos y abrigos, nos
abrazamos con mi vieja, Pancho, la familia toda y tomamos unos mates
calentitos. Valen jugueteaba con Indio y sus primos; yo me escapé hasta
Alfonsina. Me quedé unos minutos contemplando el mar. Camine por la playa en
la pesquisa de recuerdos para estimular el lagrimal insumiso, pero ese resorte de
búsqueda de dolor que dominaba a la perfección ya no respondía. Concluí
que ese día de cielo cerrado el duelo había terminado. Sentí nostalgia de no
sentir nostalgia.
Debe
haber algo extrañamente sagrado en la sal: está en nuestras lágrimas y en el
mar.
Khalil Gibran
Hermoso! Lo relei varias veces y cada vez es más lindo! Felicitaciones!
ResponderEliminar