En la
última mudanza resolví acomodar mis papeles. Me topé con algunos bosquejos y
dibujos que mi papá atesoraba en su cartera de cuero marrón pardo. Recuerdo
especialmente las imágenes que se remiten a la secundaria. En esas clases donde
las horas eran eternas inauguré mi manía de bocetar al margen de la hoja.
Después me animé y emprendí la aventura de dibujar en una entera. Compraba, con
la guita que ahorraba, hojas Gloria por una módica suma y encanutaba la
diferencia para chalanear un cassette original por mes. Las hojas me las
regalaba Germán Carranza, el Tarufa.
Tarufa
depositaba en una carpeta que rezaba en su portada Restos Fósiles escrito en Liquid Paper, hojas en blanco Rivadavia
de un gramaje superior a las Gloria. Estas hojas soportaban la presión de las
biromes bic trazo grueso con la hidalguía que no encontré hasta arribar a
ciudad universitaria y descubrir las Romani. Lástima que no conocí nadie con la
generosidad de Germán en el CBC.
En el
verano de 2002, al volver de Jumbo, donde iba a comer alguna baghette de garrón
entre las góndolas y disfrutar del aire acondicionado, llegó una carta. El
remitente decía Emiliano Napolitano. ¡Boquita! – dije. Abrí el sobre y me
encontré con fotocopias de los dibujos que hice en el colegio. En la carta no
figuraba la dirección del remitente. Busqué en la guía telefónica, pregunté a
los conocidos y finalmente lo localicé en las páginas amarillas. Lo llamé y
hablé con la hermana, ella me dictó la dirección de su oficina. Fui a verlo y
su secretaria me dió una tarjeta con la dirección de su correo electrónico, insistí
en esperar pero la joven me respondió: “El Licenciado no creo que venga hoy, me
dejo el recado de decirle a usted que le escriba, que él le va responder con
mucho gusto”. Me despedí y sin esperar un minuto más entré en un locutorio del
centro, le escribí un mail extenso para agradecerle el hallazgo. Esa tarde
estaba inspirado, redacté algo más de tres hojas. Le conté de mí, de Mónica,
del despido masivo en Consolidar, de la villa que se instaló detrás del barrio después
del derribamiento de las torres de Fuerte Apache. Todos los días iba al mercado
a revisar mi correo. Boquita me contestó tres semanas después, esperaba algo
más de él, pero todos estos años sin vernos habían generado cierta distancia;
el asunto del mail decía: DE NADA. Abrí el mail de Boquita con inquietud,
suponiendo inclusive de que se dispusiera a retomar el contacto. En el cuerpo
del mail decía: Que ace, de nada. Bajé con el mouse husmeando más caracteres.
Pero no, era sólo eso. Por un lado, no me pareció el léxico de un profesional,
por otro, sentí algo de frustración.
Insistí
a la semana siguiente, se me ocurrió invitarlo a tomar una birra y recordar
viejas anécdotas de nuestros años mozos. Doblé la apuesta y le propuse dibujar
algunas viñetas: cuando Domínguez nos mandó a marzo; la madrugada que se quedó
dormido debajo del escenario de Jesse James, reedificar alguna escena y
cristalizarla en un dibujo. Me respondió: que
ace dibujate algo campion.
La
verdad me sentí halagado, alguien después de tantos años me animaba a crear.
El fin
de semana siguiente laburé dos horas y me fui para casa. Jornada acotada,
cobraba dos gambas por mes por el plan jefes de hogar. Busqué mis lápices, no
encontré ninguno, tomé una birome azul y recapitulé como el grafito se
deslizaba por el papel en blanco como en las hojas Rivadavia de Tarufa y sentí
la misma sensación de las mañanas de otoño con el tibio sol que afloraba por la
ventana de Tabaré.
Al
terminar y conforme con el resultado escaneé las imágenes, las guardé en un
diskette y se las envié a mi ex compañero de ruta. Me contestó textual: “Sabe
que locura ya fue la secundaria loco estoy en otra eso dibujito son de lo
noventa dibujo menemista y neoliberale chauu”. La verdad me quedé pasmado con
su rechazo. Primero me envió imágenes en un sobre, todo muy minucioso,
detallado y después me ninguneó con un lenguaje de tribuna.
Un par
de días después, fui hasta la remisería. El mudo, un pibe de La Noria que
paraba con nosotros y regenteaba el nudo de Bunge en el auge del trueque,
conocía a la hermana de Boquita. En el camino hacia el banco de Celina (donde
cobraba el plan) me contó que Emilio se había recibido de psiquiatra.
- La
hermana era clienta de la remisería cuando vivían en el barrio, me comentó que
Boquita volcó mal. Tiene arranques donde es un campeón, ¿entendés? un tipo
sensible y en otros momentos en los que se pone de la cabeza, muy agresivo.
El mudo
tenía un archivo de excel colgado en su nube con todas las miserias de los ex y
actuales pasajeros.
- Dice
que llora solo – continúo - y según los doctores ¿viste? Los doctores que lo
atienden, corte que el vago soportó tantas cargadas de pibe que todavía no
logra superar esa etapa de su vida.
Saludé
al mudo, un verdadero tira postas serial. No lo juzgo, de alguna manera, todos
somos expertos en las obligaciones ajenas. Yo sabía bien que fui uno de los
verdugos de Boquita, de pendejo era un hijo de mil putas. Nunca pensé que
podría traer tanto rebote.
Volví
al barrio y pasé por el mercado a saldar las deudas con "La liebre",
el único almacén que aceptaba Lecop. Había comprado marucha y unos choris en la
carnicería de Miguel para tirar a la parrilla. Al llegar a casa me dispuse a
disfrutar de dos placeres mundanos, a saber: quedarme descalzo y tomar de la
botella, después de todo los zapatos y los vasos son para las visitas. Ni bien
entré, Murdock se me vino encima y Moni me avisó que la cuadra estaba sin luz
desde hacía dos horas. Al rato subí a la terraza y prendí el fuego, mientras el
carbón húmedo tomaba color, un flash back implacable me transfirió a algunas
imágenes que prefería dar de baja de mis memorias.
Mónica,
quien sabía mejor que nadie cuando mis ojos miraban sin ver, me sacó de ese
trance. Me acercó un Camel a medio pitar y con esa facilidad que tanto admiraba
en ella me dijo:
- ¿Estás
bien? ¿Otra vez con eso del loquito de los dibujos?
- Sí,
lo que te conté hoy. La que me tiró el mudo.
-
Escuchame, dejate de joder. Si te mandó ese sobre es porque tan malo no fuiste
con él, amor - me consoló mi compañera.
- Moni.
- ¿Qué,
mi vida?
- Lo
que más me gusta de vos es que rescates lo mejor de mí - le dije al tiempo que
pinchaba los choris y me clavaba una asepto.
En un
flash olvidé el asunto de los dibujos, todo volvió a la normalidad mientras nos
iluminaba la luz naranja azulada del fuego del carbón. Después de cenar
prendimos un joint, al mismo tiempo que Murdock degustaba un hueso viejo de un
asado vecino.
EXCELENTE!!! BOQUITA GUARDA RENCOR HASTA CON AQUELLOS QUE DE UNA MANERA LO HACIAN PARTICIPAR Y NO LO MALTRATABAN.
ResponderEliminarCuriosa y metafórica historia. Bien se podría filmar un corto basándose en esos hechos. Tiene su toque Dolinesco, por decir algo. Que bueno que te animás a ilustrar el blog Un abrazo!!
ResponderEliminarveo cierta cosa tanguera, al mejor estilo dolina.
ResponderEliminarrealmente espero que la escritura te sirva de la misma forma que la imagen, como lo fue en su momento la poesia.