El martes me llamó Orly. Un compañero que
hace mucho que no veo. En el mismo momento que ingresé a la casa de Pachu, un
amigo que me invitó a cenar.
Pachu estaba contento. Me dio una gran
noticia, el año próximo hay casorio.
Pachu es abogado, buen tipo y
marplatense. Hablar con él es como estar en la Feliz por un rato.
Cenamos, compartimos sentires sobre la
actualidad, berretines del laburo y mujeres. Nuestro tema favorito.
Intercambiábamos anécdotas muy graciosas y nos reímos con ganas. En un momento
me incliné entendiendo que había hecho un mal movimiento. Negativo. Fue la
advertencia de un puntazo impensado, agudo y certero al corazón que me depuso
de rodillas.
Yo minimicé el asunto. Pachu insistió en
llamar a emergencias médicas. No podía reaccionar. Tenía un dolor muy fuerte en
el brazo izquierdo. Les pasé la dirección de mi casa. Preferí que si algo malo
sobrevenía sea entre mis cosas. Un error.
Me fui en taxi. En el viaje, con el
último aliento, discutí con un call center de esa estafa fenomenal llamada
Uber.
—Pongan algo: patente del auto, apellido
del conductor, algo. Ustedes tienen todos mis datos. ¿Cómo carajo quieren
trabajar? Ni en pedo me subo a un auto a la una de la mañana infartado sin
saber quién carajo maneja — respondí furioso a una voz inalterable que solo
alegó que tenía que abonar 30 pesos por no cancelar el viaje.
—¡Hijos de puta! Me cago en los treinta
pesos. Pero ¿Dónde mierda está el botón de cancelar viaje? —mientras el tachero
saboreaba la agarrada.
¿Que hizo el pibe? Me cortó. Cobarde.
La ambulancia llegó al toque. Me
atendieron dos personas. Un enfermero que oficiaba de chofer y Andrade, médico
ecuatoriano, especialista en Cardiología.
Me tomaron la presión, me hicieron un
electro y con los resultados el enfermero moduló a las oficinas de emergencias
y resolvieron pedir el ingreso de la solicitud de mi traslado al sistema.
—No me quedo tranquilo, vamos hasta el
sanatorio —dijo Andrade disimilando un bostezo.
No había camas disponibles en Capital.
Tuvimos que esperar un buen rato. Me preguntaron a qué me dedicaba mientras
echaban un vistazo a mi biblioteca. Les mostré mis libros para matar el tiempo.
Andrade leyó unas hojas. Cuando tuvieron respuesta, me trasladaron al Sanatorio
Anchorena de San Martin.
Andrade, en un viaje extenso, me conversó
sobre su vida, un postgrado en La Plata y una chica que conoció por happn. Me
confesó que sueña con volver a Ecuador y que justo esa noche deliberaba tomarse
el día porque no se sentía bien. —Tuviste suerte que te toco un cardiólogo de
guardia.
***
Andrade solventó los estudios secundarios
y universitarios en su país vendiendo naranjas. Se lo veía afligido. Cuando
pude mirarlo bien, distinguí a un hombre de unos treinta y tres años, con la
piel cobriza, pelo lacio y oscuro, nariz recta y alargada. Me abstuve del
sonido de su voz reposada, relegué su terminología precisa sobre el estado de
mi corazón y pude ver el estado del suyo a través de sus ojos oblicuos. Me
advirtió con sus palabras que tenía que bajar un cambio, yo acepté su
recomendación y le indiqué con señas que no busque novia en las aplicaciones.
—Infarto no fue, pero cuídate—me dijo
cuándo bajamos de la ambulancia. Presumo que para tranquilizarme.
No tuve miedo, sentí que estaba en buenas
manos. Andrade le facilitó el parte al médico de guardia. Me acomodé con la
ayuda de Lili, una enfermera versada, en un sector terso y silencioso. Afloró
detrás del cortinado albo una enfermera morocha, encantadora, con una belleza
real. Me miró con cordialidad y me solicitó algunos datos personales. Cautivado
e impedido de responder, levanté dos dedos proporcionando el visto bueno y ella
tomó mi billetera. Esperé en silencio que no dedujera mi edad.
Luego, tanteó una vía y expresó
riendo—¡que buenos caños!— Vi con claridad sus hoyuelos.
Me enamoré al instante, Florencia es de
esas mujeres hermosas que deslumbra no sólo por su crema con brillo o su pelo
bien cuidado, sino porque hay algo dentro de ellas que hace que quieras
acercarte. Después de verla ya no me inquietó conocer la prescripción clínica.
***
FLORENCIA
Florencia transformó la guardia en una
zona amigable.
Pude saber que reside en San Miguel. Con
una voz imperfecta le revelé a Lili que su colega me parecía muy guapa. Lili me
apuntó —Si, ¿viste? Tiene novio pero no se la ve feliz.
Lili me recordó a María Rosa Yorio con la
dicción de María América González. Tiró un centro al área pero no me animé a
cabecear.
Pasaron unas horas y llegó el cambio de
guardia. En el alboroto, Florencia se despidió aligerada sin perder la
elegancia. Me quedé con más ganas de invitarla a tomar algo que de conocer el
resultado de mi epicrisis.
La enfermera entrante me quitó los
sueros, los electrodos y sin cablerio pude avisar a mi familia.
El médico a cargo, escueto y con voz
castrense me dio el diagnóstico sin muchas explicaciones: ANGINA DE PECHO. Uno
que se quedó con las ganas de vestirse de verde.
Por lo que le entendí tuve como una
especie de Manaos de preinfarto. ¡Tanto quilombo por una angina! — pensé.
No había más nada que hacer. Podía irme.
Antes de salir solicité una lapicera, un papel y rasgueé unas palabras a Florencia con una letra cimbreante.
Me cambié lánguidamente y fui hasta la
mesa de entradas para dejar la carta. Al salir del Anchorena del lejano oeste
me tomé un colectivo sin pasajeros hasta el tren más próximo que me arrime a
Capital. La localidad: Santos Lugares. Los pagos de Don Ernesto. Mientras
aguardaba en la estación "Lourdes" hice algunas llamadas y me quité
las vendas de las vías. En ese momento se acercó una señora mayor que al ver
mis gasas sueltas me expuso que iba rezar por mí. — La virgencita te va a
ayudar. Recordé que la Virgen fue vista por primera vez en una gruta en las
afueras de Francia, en las colinas de los Pirineos. Un pueblo donde vivían mis
antepasados. Casualmente Lourdes es el nombre que optamos para Julián en caso
de nacer mujer. Coincidencias. La señora no subió al tren. Cuando volteé ya no
estaba ahí.
Mientras viajaba repasé la noche. Pensé
en Florencia, en su forma de caminar, de hablar y en la manera en que
resplandecía desde adentro hacia afuera. En su chispa y esa cosa que
simplemente no podes nombrar. Florencia me cautivó en un momento delicado. ¿Qué
aplicación podría garantizarme semejante aventura? Ahora creo que no hubiese
llegado a ella si no fuese por el puntazo al pecho, el llamado al médico por
indicación de Pachu, el profesionalismo de Andrade y la afición de celestina de
Lili. Solo aspiro que Florencia haya entendido la letra. Quizás me sorprenda un
día de estos. A veces hay que escuchar a la cabeza, pero dejar escribir al
corazón.
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