10 de octubre de 2020

SUMMERTIME

 

1

Hablar un idioma es asumir un mundo. Tomás Moro nos ilustró sobre las utopías, el no lugar. Agustina Bazterrica nos trae una novela distópica, una pesadilla futurista. De inmediato leo “faenar humanos” sobre un clima de alocuciones persuasivas que encubren la situación efectiva. “Enseñar a matar es peor que matar” indica el narrador. Pienso en ella cuando me dijo estoy en una transición, ¿cómo una transición? Sí, me estoy separando. Dame tiempo para acomodarme. Estoy o estamos, le pregunté y no me contestó. Ose preguntarle ¿Qué somos? ¿Cómo que somos? Claro, que somos le repetí y me dijo: compañeros.

Ella tenía una manera sombría del uso del lenguaje. Apelaba a términos imprecisos como cambio o giros en la relación como si fuera una cronista del mercado bursátil. Yo fui naturalizando sus maneras displicentes, no sabía que quería realmente. Se había atornillado en mis entrañas como un virus, lo supe en el primer beso. Fue mi matadero. La advertencia de “Toxic Alert” arrolló la pantalla, pero no me importó. 

Siempre hay una vacuna, una copa o una novela por escribir para encapsular el ramalazo. Y si nada de todo esto sirve voy a la costa. El mar es un antiguo lenguaje que ya no alcanzo a descifrar. Hay amores que emergen solo para fundar el hecho poético, otras veces hay pasiones que son solo la purga de un alma aguda. Ella me aplastó, perdí la pimienta. Con el boom de las redes sociales hubo una purificación de berretines sin zanjar. Fue peor el remedio que la enfermedad, lo único que trajo el acercamiento virtual fue revalidar que si la distancia persistió durante años, fue por algo.


2

Nos evangelizaron como usuarios, como productos. “Salga de todas las redes sociales”, es la recomendación del director del documental de “El dilema de las redes” que expone el lado más oscuro de la adicción digital. El enemigo no son las demás plataformas: es el sueño, dicho por el creador de Netflix. ¿Quiere usted ser diputado? Inquiría Roberto Artl a sus lectores. Este discurso podría tener éxito, concluía. “yo soy el único entre todos esos hipócritas que quieren salvar al país, el absolutamente único que puede rematar la última pulgada de tierra argentina”… decía sin sopor, tan diferente a lo no dicho que abunda en la novela “Cadáver exquisito” donde el canibalismo es legitimado en gran parte del mundo.

Termino de leer y salgo a la calle a conseguir filet de merluza. Me cruzo con el único vecino que entablo una conversación desde hace siete meses. Precisaría una máquina de traducir. Cuando digo “estoy bien” quiero decir “estoy solo”, cuando digo ya lo superé en realidad expreso “la recuerdo cada día”, pero este corazón no acepta pompas ni coimas. No escucho un solo ladrido de perros callejeros, eso representa que estoy en mi casa pero no estoy en mi hogar, el viejo barrio desapareció. Otro eufemismo de los que desnaturalizaron la realidad. “Desaparecidos”.


3

¡Qué difícil es mantenerse integro cuando tuviste un padre decente! ¿Por eso partió? Sí, este mundo no era para él. La única que me hizo olvidar su muerte fue ella. Me miraba y yo me suspendía, tenía una belleza detenida como Spanel.

Arribo a la página 59 y tropiezo con un nombre de pila: Marcos. Ella no me nombraba, me decía compañero, ¡Qué importante hubiese sido que me dijera por mi nombre! Ahora que lo pienso lo agradezco porque hubiese sido más difícil la gesta del olvido.

Un nuevo amanecer me apresa mientras escribo y espero no terminar en un geriátrico, sitiado de nuevos/viejos camaradas con voces con agujeros negros. Hoy que no hay funerales como en la novela, pienso cuando se tratara en la legislatura porteña la venta de los terrenos de los cementerios ¡Qué negoción inmobiliario! Acaso alguien esté rumiando en cristalizar lo que está contado con maestría en una ficción. Me pregunto si “Cadáver exquisito” no sea un escenario real en el 2225. No quiero pensar tanto, no somos más que nuestras propias decisiones. Debo aprender de Armando, un personaje tan querible que hasta puedo entender su locura.


4

A veces siento que vuelvo a pensar en ella como un carroñero de la nostalgia, cirujeo en brochazos de afición que se deshicieron con las lluvias. Cuando nos separamos, su silencio fue un golpe mudo. Si Krieg no está hecho para la vida, yo siento que no estoy hecho para el amor.

Malgasté meses por un amor. Marcos perdió un hijo, todo es cuestión de parámetros. Mientras me derrumbo en el silencio oscuro y demencial de este aislamiento descubro que sería incapaz de vivir sin amor. No soy más que un Épsilon presumido con ínfulas de Alfa.

Lo acerbo de la novela y lo apacible de la prosa de Agustina Bazterrica me hacen recapacitar. Pretendo referir lo que me produjo “Cadáver exquisito” y vuelta a hablar de ella. Clarea. La naturaleza revela sus tesoros con el primer rayo de luz del amanecer. He perdido al Sergio de mi lozanía y me concibo más solo aún. Solo quiero embriagarme con el que fui, con el de palabras sin bordes filosos, antes que baje el sol y sentirme carne, cabeza y producto.

¿Cómo continuar? Puedo ver y abrigar el sufrimiento de esos corazones que estuvieron latiendo hasta hace rato.


5

Nada es tan grave en esta distopía tan brutal como sutil, tan alegórica como realista. Pienso en Marcos, uno se puede acostumbrar a casi cualquier cosa, excepto a la muerte de un hijo. Yo, que creía que sin la tristeza no me quedaba nada, siento que le pegue un corchazo a mi Elenci, el agitador melancolizado ¿Por qué busco sentirme mal? Leer a Agustina me hace bien, después de años de análisis, mi terapeuta me cerceno mi costado melancolizado y mi propensión al regodeo. Hizo magia con la angustia y la transformó en dolor. Ahora duele, pero no ahoga. Ahora puedo disfrutar de la lectura y escuchar discos, las canciones que eran “ella” sin derrumbarme como Armando.


6

El odio de Marcos “es la fuerza para seguir, sino viene el vacío” indica el narrador omnisciente. La muerte súbita de Leo me fisura pero la baja de mi propia melancolía me aliviana el peso. Floto. Retrocedo sobre mis palabras cuando repaso que Cecilia embarazada era un río de luces. Salgo. No llevo paraguas para pájaros, Hichtocock sabrá entender. Prefiero un picotazo que una hermana como Marisa. Frívola, artificial y falluta. 

Me hamaco sobre la novela como un niño. Observo LOL en una pared, Laughing out loud, idioma pandemials. Agustina me concedió la sonrisa de rio de luces en esta alborada otoñal. Escucho Summertime por Ella Fitzgerald y Louis Armstrong. Lloro en silencio. Silencios aferrados a las paredes del confinamiento en la antesala de mí vuelta al mar. Si no existiera la provocación, el relato se cristalizaría en formas estereotipadas, decía Saer. Y si no hay riesgo, ¿para qué escribir?











1 comentario:

  1. Nada mas caotico que encontrar el veneno,el antídoto,la herida y la espina,en la misma persona.Pero quien no ha vivido un amor asi? IMPECABLE relato.

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